En la primera parte de este libro me ocuparé de mostrar a un
Hegel muy distinto del precursor del totalitarismo que nos presentan sus
críticos liberales, y a un Marx que nada tiene que ver con el que imaginan sus
adversarios y mucho menos con el de aquellos que se llaman marxistas y que
obligó a Marx a proclamar: "Yo sólo sé que no soy marxista".
Habrá que comenzar, pues, por releer los textos y en muchos
casos simplemente leerlos. La cantidad desproporcionada de citas directas que
usaré se justifica porque la mayoría de quienes hablan de esos autores -por
prejuicio ideológico, por pasión polémica o por pereza intelectual- no los
conocen.
No obstante, siempre es posible formularse la pregunta: ¿Por
qué el estalinismo eligió la figura de Marx del mismo modo que la Revolución
francesa eligió la de Rousseau o el nazismo eligió la de Nietzsche? Esta
conexión no es del todo gratuita y nos lleva a reflexionar sobre las relaciones
intrincadas, ambiguas, mediatizadas, ondulantes entre las ideas y su aplicación
práctica,
Hay una predisposición, particularmente entre los
intelectuales, a sobrevalorar la influencia de las ideas en los acontecimientos
políticos. Una interpretación más realista nos permite afirmar que éstos son
motivados por una combinación de factores y circunstancias entre los cuales está
el peso de las ideas, pero éstas sólo pueden actuar en determinada situación que
no depende exclusivamente de ellas. Aunque las ideas no son sólo producto de
esas circunstancias o de esos factores -como pretenden los deterministas- y por
lo tanto ejercen también una acción por sí mismas, a su vez son inevitablemente
deformadas, tergiversadas y hasta corrompidas por las condiciones en las que se
desenvuelven y los propósitos de quienes las difunden. Las ideas interactuan con
y por los factores no ideológicos y el resultado de esta interacción va a ser
algo totalmente nuevo y distinto a lo que se propuso el individuo o el grupo que
los creó. En la historia de las ideas no menos que en la realidad se produce el
proceso de alienación: las ideas adquieren una objetividad que se vuelve contra
la subjetividad de su creador; las sucesivas generaciones de lectores pueden
transformar las obras en algo extraño a los propósitos del autor. Los forjadores
de sistemas son, por lo tanto, en parte inocentes y en parte culpables.