Ni el cuento fantástico más espectacular podría describir una
situación tan tensa, pero tan calma a la vez. Algo contradictorio sí, pero es de
esas situaciones en las que el espectador no sabría exactamente qué sentir. Ese
grupo misterioso, en ese momento, decidía sobre la vida de una persona, sobre
las condiciones que un caso debía afrontar y el rumbo que seguiría. Solo se oían
palabras pensadas letra por letra antes de ser exteriorizadas, era un repertorio
de ideas que se cruzaban, una batalla entre la lógica, lo oportuno y lo moral.
Sus caras mostraban una concentración pocas veces apreciada, eran momentos de
presión. Se les notaba en los ojos, en sus manos, en su timbre. Por minutos
rondaba la frustración, algo no cerraba del todo. Evidentemente alguien no decía
todo lo que debía y se plasmaba en el grupo, tan homogéneo como aquel aparentaba
ser.
Termo hablaba con cautela, no quería decir nada que no fuera
absolutamente necesario. Su actitud era reservada, su compromiso era evidente.
Golf lo notaba, por algo no dejaba de mirarlo, su hipnótica mirada trataba de
atravesar la barrera de lo oculto, no era una empresa fácil.
Irmabos, mientras deleitaba una tarteleta de espinaca y
roquefort, cuyo aspecto no inspiraba confianza, aportaba los detalles de cada
idea de Termo y Golf. Era la perfeccionista, la que se ocupaba de que nadie
falle. Conocía los sistemas, los procesos, por eso hablaba con
seguridad.
Nuestro cuarto personaje, quien hasta ahora nada había dicho,
nada dijo ahora.