-Tal vez fui yo, -le contestó ella sonriente.
En el salón de las transportadoras de equipaje, Gellian dijo.
-Tengo un automóvil esperando y voy por la misma zona donde viven
sus tías, Avenue Marceau, ¿No es así?.
-Correcto, -respondió Dany y juntos se dirigieron al automóvil.
-¿Es una casualidad o su familia desciende del general que le diera nombre a la
avenida? -preguntó Gellian cuando ya llegaban.
-Es pura casualidad, creo.
-Recapacite sobre todo lo que le he dicho y luego me llama a este
teléfono. Le dijo Gellian entregándole su tarjeta. ¡Ah! Me olvidaba. Dele mis
saludo a sus tías, sobre todo a Raquel y dígale de mi parte, que ya puede darle
la sorpresa. Hasta pronto, -se despidió.
Pensando en que fue lo que quiso decir Gellian con ese último
comentario, Dany ingresó al edificio.
Eran las nueve de la mañana, abrió la puerta con su propia llave,
a la vez que presionaba tres veces el botón del timbre llamador. -¿Dany? Escuchó
decir a una voz de mujer que por el pasillo venía desde las dependencias
interiores, apareció la tía Giselle, casi corriendo y con una amplia sonrisa en
el rostro, se le colgó al cuello, abrazándolo fuertemente, luego lo separó con
ambos brazos para mirarlo de arriba abajo. -Te noto más delgado, dijo.
Era una mujer bastante elegante, una cabeza más baja que Daniel,
el cabello rubio ya ceniciento por las canas de su edad; ella, por más que tenía
una casa de belleza, siempre dijo que no se teñiría, que la naturaleza debía
seguir su curso, que la mujer debía cuidarse y arreglarse bien para ayudarla.
Siempre decía: "Es preferible ser una vieja muy bien conservada y no parecer una
joven avejentada".
Luego de media hora de preguntas de ella y
respuestas de él, Daniel se dirigió a su habitación con los equipajes.
-Raquel salió temprano, tu la conoces, siempre llena de
compromisos, decía Giselle mientras le acompañaba por el pasillo.
Era pasado el mediodía, Daniel se había bañado, y se recostó en su
cama, lo estaba necesitando, fueron muchas horas viajando.