-¿Querés una cerveza? -preguntó Sofía.
-Sí, bueno. ¿Trajiste algo para comer?
-No, acá no tengo nada; pero siempre pensando en la comida,
¡che! Ahora, después de que se ponga el sol, vamos para casa y preparo algo.
-¿Tenemos algo en la casa?
-Todavía queda algo de la carne que compramos el otro día y la
puedo cocinar, como a vos te gusta.
-Ah, tenemos esa carne para comer, no me acordaba. ¿Cómo la
podes hacer?
-Puedo hacer milanesas.
-Buena idea.
Le toqué la cola y ella respondió golpeándome con sus caderas.
En una piedra grande, nos sentamos a mirar las imágenes que
proyectaban los reflejos del sol, que aparecían y desaparecían, detrás de las
nubes, con colores en cambio permanentes.
Un rato, después de que se puso el sol y, cuando ya habían
aparecido algunas estrellas, nos levantamos y nos dirigimos, hasta donde estaba
estacionada la camioneta. Al llegar, coloqué la tabla en la caja, la aseguré
para que no se volara y nos subimos. Enseguida, puse en marcha el motor, y una
vez andando encendí el estéreo, con música de Black Sabath. Ella tenía mis
mismos gustos musicales, salvo por algunos ritmos electrónicos.
En el trayecto hacia la casa donde vivíamos, Sofía se ubicó
junto a mí, muy cariñosa. Dimos vueltas unos diez minutos, buscando un lugar
abierto para comprar una botella de vino. Al final, como estaban todos los
negocios cerrados, la compramos en una de esas estaciones de servicio, que están
abiertas las veinticuatro horas. Cuando llegamos a la casa estacioné la
camioneta frente a la puerta del garaje.