En el umbral del misterio de los dioses que crearon las olas y,
desde el infinito que me miraba a lo lejos, sentía aun el poder de estar vivo.
Los sentimientos que se perciben en la grandeza inmaculada del océano, son
majestuosos; se siente una comunicación divina, con el más allá, ya que uno se
encuentra solo con una tabla de surf, interactuando directamente, con la
naturaleza en movimiento.
Me dirigí remando por el canal de entrada hasta el pico y
cuando llegué, me ubiqué para esperar alguna ola, un poco alejado de los otros
surfers. De pronto y a lo lejos sobre el horizonte, pude distinguir la primera
ola de la serie que se acercaba hacia mí y, cuando la tuve a escasos metros giré
con la tabla, y empecé a remar con toda la fuerza, hasta que sentí el mágico
momentum, en que uno queda conectado con la naturaleza.
En ese instante conmovedor, la adrenalina recorría toda la
sangre de mí cuerpo exaltado; las paredes de agua azul, moviéndose para delante,
quebrando hacia un lado o hacia el otro, creaban una imagen galáctica,
incomparable para mis ojos, que la miraban desde su propia inmensidad. El
control, el balance, la decisión y la velocidad, hacían sentir la perfección, en
cada uno de mis movimientos, y me generaba un placer sin explicación lógica; era
el placer de los dioses en la creación. En las olas, como en la vida, juega la
teoría de la no permanencia, pues todo ese religioso espectro, dura lo que un
sueño, y termina para darle vida a uno nuevo.
La caída del sol oscurecía la tarde, por lo que me dispuse a
tomar la ultima ola, antes de salir. Sentado en la tabla, flotando en la soledad
de mis pensamientos y, en estado de meditación agarré la ultima ola del día, que
me llevó a metros de la playa y, desde donde pude ver a Sofía, que se encontraba
jugando con el perro. Cuando me acerqué a ella, me saludó y luego, me
preguntó:
-Hola, mi amor. ¿Cómo estuvo la sesión?
-Bien, pegué unas buenas ondas. Está quebrando hueco y se
forman unos buenos túneles, pero también está un poco peligroso, porque esta la
marea baja, y hay muy poca profundidad en la zona crítica.
Luego, salude al perro, arrojándole una madera al mar, para que
la fuera a buscar.