-Te voy a contar exactamente, lo que viví.
-Por favor, mi amor; te voy a extrañar.
-Perdóname, que haya sido todo tan de golpe, pero creo que fue
la mejor manera.
Esto me pasó hace un mes, en Puerto Escondido, donde conocí
unas personas, que me invitaron a participar de un ritual con el peyote; eran
todos surfers, excepto un gurú, una persona mayor de edad, pero indefinida, que
parecía tener unos setenta años, pero se movía y hablaba, como una persona de
treinta. Con la luna llena de cada mes, se reunían en las montañas a celebrar
ceremonias.
-La obra de un chaman. -exclamó Sofía, desconcertada por lo que
sucedía.
-Así fue seguramente. Acepté la invitación para participar del
ritual, con el famoso alucinógeno.
En la sesión, seis personas formábamos una ronda sentados en la
tierra, alrededor de una fogata, que calentaba una cacerola machucada y negra,
que contenía el brebaje hirviendo. El gurú revolvía sin parar, con un palo
hecho, con la rama especial de un árbol, y cantaba en un lenguaje indescifrable.
Luego, sacó del fuego el recipiente y pasó la mezcla, a través de un colador, en
una vasija de barro. Cada uno, tomó un trago de la poción y después recuerdo,
que me acosté en la esterilla sobre la tierra. Enseguida, observé que mi cuerpo
salía de la escena, y se alejaba del resto del grupo. Ya no oía la voz del gurú
que hacía de guía en el trance, y veía todo la ceremonia desde arriba. En ese
instante, mi mente se sintió atraída por ver el futuro.
-¿Qué pasó después?
Una luz me envolvió, y aparecí en un mundo que no esperaba
encontrar. Ahí, fue que comenzó mi viaje. Escribí estas líneas que te quiero
dejar antes de partir.
-No me dejes.