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»-¡Ji, ji! Vi cuando usted y Sasha se besaban junto a los sauces. La seguí y lo vi todo...

»Zínochka se estremeció toda roja y, abrumada por mis palabras, se dejó caer en la silla sobre la que estaban el vaso de agua y la palmatoria.

»-Vi cómo... se besaban... - repetí con la risita de antes y disfrutando con su turbación-. ¡Hola! Se lo diré a mamá.

»La cobarde Zínochka me miró atentamente y, convencida de que, en efecto, lo sabía todo, se apoderó desesperada de mi mano y balbuceó con un susurro tembloroso:

»-Petia, eso es una acción muy baja... Se lo suplico, por Dios... Ha de ser un hombre... no lo diga a nadie... Las personas decentes no se dedican a espiar... Es una vileza... se lo suplico...

»La pobre temía más que al fuego a mi madre, una señora virtuosa y severa. Esto, por una parte. Por otra, mi cara sonriente no podía por menos de profanar su primer amor, un amor puro y poético. Pueden, pues, imaginarse el estado de su espíritu. Por culpa mía no durmió en toda la noche y a la mañana siguiente se presentó a la hora del té con ojeras... Después del desayuno, al encontrarme con Sasha, no resistí a la tentación de presumir y reírme de él:

»-¡Lo sé! Ayer vi cómo te besabas con mademoiselle Zina.

»Sasha me miró y dijo:

»-Eres un imbécil.

»No era tan pusilánime como Zínochka, y por eso no se produjo el deseado efecto. Eso me aguijoneó todavía más. Si Sasha no se había asustado, era porque no creía que yo lo hubiera visto todo. ¡Pues ya nos veríamos las caras!

»Durante las lecciones, hasta la hora de la comida, Zínochka no me miró y no cesaba de tartamudear. En vez de meterme el resuello en el cuerpo, trataba de ganarse mis favores, poniéndome sobresalientes y sin quejarse a mi padre de mis travesuras. Dada mi precocidad, yo exploté el secreto como me venía en ganas: no estudié las lecciones, anduve por la habitación con los pies por alto y le dije cuantas insolencias quise. En una palabra, si hubiera seguido así hasta hoy, me habría convertido en un perfecto chantajista.

»En fin, pasó una semana. El secreto ajeno me instigaba y atormentaba como si se me hubiese clavado una espina en el alma. Ardía en deseos de revelarlo y de gozar del efecto. Y en cierta ocasión, durante la comida, cuando teníamos muchos invitados, yo miré con malicia a Zínochka, dejé escapar una estúpida risita y dije»

-Lo sé... ¡Ji, ji! Lo vi...

»-¿ Qué es lo que sabes? -preguntó mi madre.

»Yo miré con más malicia todavía a Zínochka y Sasha. ¡Había que ver cómo enrojeció la muchacha y cómo brillaron de cólera los ojos de Sasha! Yo me mordí la lengua y no seguí adelante. Zínochka acabó por ponerse pálida, apretó los dientes y ya no probó bocado. Aquel día, durante la clase de la tarde, advertí un profundo cambio en la cara de Zínochka. Me pareció más severo, más frío, como de mármol, y sus ojos me miraban a la cara con una mirada extraña. Palabra de honor, ni siquiera en los perros que dan alcance al lobo vi nunca unos ojos como aquéllos. Comprendí muy bien su expresión cuando en plena clase apretó los dientes y me dijo rabiosa:

»- ¡Le aborrezco! ¡Es usted asqueroso, repugnante! ¡Si supiera cómo le odio, cómo me desagradan su cabeza pelada al cero y sus orejas de soplillo!

»Pero al instante se asustó y dijo:

»-No me refiero a usted, estaba ensayando un papel...

»Luego, señores, por la noche vi que ella se acercaba a mi cama y durante largo rato estuvo mirándome a la cara. Me odiaba apasionadamente y no podía vivir sin mí. La contemplación de mi odiada cara era para ella una necesidad. Por lo demás, recuerdo que la noche era hermosa... Olía a heno, todo estaba quieto, etc. La luna brillaba. Yo caminaba por la avenida y pensaba en el dulce de cerezas. De pronto, Zínochka, pálida y hermosa, se me acercó, me agarró del brazo y, jadeante, empezó a explicarse:

»-¡Cómo te odio! ¡A nadie he deseado tanto mal como a ti! ¡Recuérdalo! ¡Quiero que lo comprendas!

»¿Se dan cuenta? La luna, el pálido rostro ardiendo apasionadamente, la quietud... Hasta a mí, un pequeño cerdo, me era agradable. La escuché y la miré a los ojos... En un principio me gustó aquello por la novedad, pero luego, dominado por el miedo, lancé un grito y, corriendo con todas mis fuerzas, escapé hacia la casa.

»Decidí que lo mejor era quejarse a maman. Y me quejé, contándole de paso cómo Sasha y Zínochka se habían besado. Yo era un estúpido y no sabía a qué consecuencias iba esto a llevar; de otro modo, habría guardado el secreto... Maman, después de oírme, se puso roja de indignación y dijo:

»-Eres muy joven para hablar de estas cosas... Aunque, ¡qué ejemplo para los niños!

»Mi maman era no sólo virtuosa, sino también una mujer de mucho tacto. Para no originar un escándalo, no echó a Zínochka al momento, sino poco a poco, de una manera sistemática, como saben hacerlo las personas honestas, pero intolerantes. Cuando Zínochka se marchó de casa, su última mirada fue para la ventana donde yo estaba, y les aseguro que hasta ahora la recuerdo.

»Zínochka no tardó en convertirse en la esposa de mi hermano. Es Zinaída Nikoláievna, a quien ustedes conocen. Volví a verla cuando ya estaba en la Academia Militar. A pesar de todos sus esfuerzos, le era imposible identificar al bigotudo cadete con el odioso Petia, pero, aun así, no me trató como a un pariente... Incluso ahora, con mi calva, mi pacífico vientre y mi sumiso aspecto, sigue mirándome de soslayo y no se siente tranquila cuando me acerco a ver a mi hermano. Evidentemente, el odio no se olvida, lo mismo que el amor... ¡Vaya! Oigo cantar al gallo. Buenas noches. ¡Quieto, Milord!

 

FIN

 
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Zinochka de Anton Chéjov   Zinochka
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