-Porque..., porque... tú y yo estamos aquí de sobra. No tenemos ni siquiera un sitio en donde dormir .
-¡Papá!... ¿y por qué Olga Kirillovna tiene pecas en la cara?
-¡Ah!... ¡Déjame! ¡Me aburres!
Después de pensarlo un poco, Saikin decide vestirse y salir a la calle para refrescarse. Allí contempla el cielo gris matinal, las nubes inmóviles. Escucha el perezoso grito del rascón adormilado y empieza a soñar con el día de mañana, en el que ya otra vez de vuelta en la ciudad y regresando del Juzgado, podrá echarse a dormir. De una esquina surge de pronto una figura humana.
"Seguramente el guarda", piensa Saikin. Pero luego, cuando ésta se le aproxima y puede verla más detenidamente, reconoce en ella al veraneante de los pantalones rojizos, conocido la víspera.
-¿No duerme usted? -pregunta.
-No... No tengo sueño -suspiran los pantalones rojizos-. Me estoy recreando en la Naturaleza. Sabe usted..., a mi casa, en el tren de la noche, nos Ilegó una querida huéspeda..., la mamá de mi mujer. Vinieron con ella mis sobrinas, unas muchachas excelentes... Estoy muy contento, aunque... ¡Hace mucha humedad!... , ¿no es cierto? ¿Y usted?... ¿Ha salido usted también a recrearse en la Naturaleza?
-Sí... -muge Saikin-. También yo me estoy recreando en la Naturaleza... Diga... ¿Sabe si por aquí cerca hay alguna taberna o restaurante?
Los pantalones de color rojizo alzan los ojos al cielo y quedan profundamente pensativos.