-Natalia, prepara el samovar -dice Nadejda Stehanovna haciendo crujir los pliegues de su vestido-. Me parece que ha llegado Pavel Matveevich. ¿Dónde estás, Pavel?... ¡Hola, Pavel! -dice, entrando corriendo en el despacho y respirando anhelosamente-. ¿Ya has llegado?... Estoy contentísima. Traigo conmigo a otros dos aficionados. Ven que te los presente. El más alto es Koromislov... ¡Canta que es una maravilla!... El otro, el bajito, es Smorkalov... ¡Enteramente un actor! ¡Lee prodigiosamente! ¡Ay!... Estoy cansada... Acabamos de terminar el ensayo... Todo marcha a las mil maravillas. Vamos a hacer El huésped del trombón y Ella le espera. La función será pasado mañana.
-¿Para qué les has traído? -pregunta Saikin.
-¡No tenía más remedio, papaíto!... Después del té tenemos que repasar los papeles y cantar alguna cosa, Koromislov y yo cantamos a dúo. ¡Ah!..., que no se olvide... Haz el favor, querido, de mandar a Natalia por unas sardinas, un poco de vodka, queso y alguna que otra cosa. Seguramente se quedarán a cenar. ¡Uf, qué cansada estoy!...
-¡Hum!... No tengo dinero.
-No hay más remedio, papaíto... ¡Es violento! ¡No me hagas ponerme colorada!...
Media hora después sale Natalia en busca del vodka y de los entremeses. Después de beberse su té y de comerse un panecillo francés, Saikin se retira a su dormitorio y se acuesta mientras Tadejda Stepanovna y sus invitados, entre risas y ruido, se ponen a ensayar los papeles. Durante largo rato escuchó Pavel Matveevich la voz nasal de Koromislov leyendo y las exclamaciones declamatorias de Smerkalov... A la lectura sigue una larga peroración interrumpida por la risa chillona de Olga Kirillovna. Con el tono autoritario de un actor de veras, aplomo y valor, Smerkalov explica los papeles. Luego viene un dúo, y después un ruido de vajilla... Sailin, entre sueños, oye cómo suplican a Smerkalov para que lea La pecadora, y cómo aquel, después de hacerse rogar, empieza su recitación. En ella silba, se golpea el pecho, llora y ríe con voz ronca de bajo...
Saikin hace una mueca de desairado y mete la cabeza bajo la manta.
-Van ustedes demasiado lejos y esta muy oscuro -oye decir al cabo de una hora a la voz de Nadejda Stepanovna-. ¿Por qué no se quedan a dormir?... Koromislov se puede echar aquí, en el salón sobre el diván, y Smerkalov en la cama de Petia. A Petia se le pone en el despacho de mi marido. ¿Verdad?... ¡Quédense!
Por fin, cuando el reloj da las dos de la madrugada, todo queda inmóvil. La puerta del dormitorio se abre y aparece Nadejda Stepanovna.
-¡Pavel!... ¿Estás dormido?... -murmura.
-No. ¿Por qué?
-Querido..., vete al despacho y échate en el diván para que pueda acostarse aquí Olga Kirillovna. ¡Anda, querido..., ve! Yo la hubiera puesto en el despacho pero le da miedo dormir sola. ¡Anda..., levántate)
Saikin se levanta, se echa encima una bata y cargado con la almohada, se arrastra hacia el despacho. Cuando alcanza a tientas el diván, enciende una perilla y ve a Petia echado encima de éste. El chiquillo no duerme y con ojos muy abiertos mira la cerilla.
-¡Papá!..., ¿por qué no duermen los mosquitos por la noche?...