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En su casa, un silencio mortal le sale al encuentro. Tan solo se percibe en ella un zumbido de mosquitos y las peticiones de auxilio de una mosca caída para la cena de una araña. A través de las ventanas, de las que cuelgan cortinillas de muselina, se divisan flores de geranio ya comenzando a marchitarse. En las paredes de madera, desprovistas de pintura, junto a algunas oleografías, dormitan las moscas. Ni en el zaguán, ni en la cocina, ni en el comedor..., se ve un alma. Solo en la habitación que recibe al mismo tiempo el nombre de salón y el de sala, encuentra Saikin a su hijo Petia, chiquillo de seis años. Petia, sentado junto a la mesa, sopando fuertemente y alargando el labio inferior, está ocupado en recortar con unas tijeras el valet de carreau de una baraja.

-¡Ah! ¿Eres tú, papá! -dice, sin volver la cabeza-. Hola.

-Hola. ¿Dónde está tu madre?

-¿Mamá?... Se fue con Olga Kirillovna al ensayo del teatro. Pasado mañana es la función y me van a llevar a mí...

-¿Y tú vas a ir?

-Ssssí...

-¿Cuándo va a volver?

-Ha dicho que volvería al anochecer.

-Y Natalia, ¿dónde está?

-Mamá se la llevó para que la ayudara a vestirse en la función, y Akulina se fue al bosque, por setas.

-Papá... , ¿por qué cuando pican los mosquitos se les pone la tripa roja?

-No sé... Porque chupan la sangre... Entonces, ¿no hay nadie en casa?

-Nadie. Estoy yo solo.

Saikin se sienta en la butaca y mira por la ventana con los ojos embotados.

-Y entonces, ¿quién nos va a servir la comida? -pregunta.

-Hoy no han hecho comida, papá. Mamá pensaba que tú no vendrías, y dispuso que no se hiciera comida. Ella y Olga Kirillovna van a comer durante el ensayo.

-¡Vaya... vayal... Y tú, ¿qué has comido?

-Yo he comido leche. Para mí trajeron seis kopekas de leche. Papá..., ¿y por qué chupan la sangre los mosquitos?...

A Saikin le parece de repente que algo pesado le rueda por dentro hasta alcanzarle el hígado, al que empieza a chupar. De tal modo se siente enojado, ofendido y amargado, que tiembla y respira con dificultad. Siente ganas de pegar un brinco, de golpear en el suelo con algo duro y de enfadarse, pero recuerda que el médico le ha prohibido terminantemente ponerse nervioso. Haciendo un esfuerzo se levanta y se pone a silbar un pasaje de Los hugonotes.

-¡Papá!... ¿Sabes tú, trabajar en el teatro? -oye decir a la voz de Petia.

-¡Aj!... ¡No me molestes con preguntas tontas! -se irrita Saikin-. ¡Eres más pegajoso que una lapa! Ya tienes seis años y sigues tan tonto cono hace tres. ¡Qué niño más tonto y más mal criado!... ¿Por qué, por ejemplo, estropeas la baraja?...cómo te atreves a estropearla?

-La baraja no es tuya -dice Petia, volviéndose-. Me la ha dado Natalia.

-¡Miente, chiquillo mal criado! -se excita más y más Saikin-. ¡Estás siempre mintiendo! ¡Lo que hay que hacer es darte unos azotes, renacuajo! ¡Tirarte de las orejas!

 
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