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Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire
de alturas, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo
contrario se corre el no pequeño peligro de resfriarse en él. El hielo está
cerca, la soledad es inmensa; ¡mas qué tranquilas yacen todas las cosas en la
luz!, ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos debajo de nosotros!
La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida
voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático
y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral.
Una prolongada experiencia, proporcionada por ese caminar en lo prohibido, me ha
enseñado a contemplar las causas a partir de las cuales se ha moralizado e
idealizado hasta ahora, de un modo muy distinto a como tal vez se desea: se me
han puesto al descubierto la historia oculta de los filósofos, la sicología de
sus grandes nombres. ¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? Esto
fue convirtiéndose cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida. El
error (el creer en el ideal) no es ceguera, el error es cobardía. Toda
conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del coraje, de
la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo. Yo no refuto los ideales,
ante ellos, simplemente, me pongo los guantes. Nitimur in vetitum
[nos lanzamos hacia lo prohibido]: bajo este signo vencerá un día mi
filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido siempre, por principio,
ha sido la verdad.
4
Entre mis escritos ocupa mi Zaratustra un lugar aparte. Con él
he hecho a la humanidad el mayor regalo que hasta ahora ésta ha recibido. Este
libro, dotado de una voz que atraviesa milenios, no es sólo el libro más elevado
que existe. El auténtico libro del aire de alturas -todo lo hecho «hombre» yace
a enorme distancia por debajo de él- es también el libro más profundo,
nacido de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo inagotable al que
ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y de bondad. No habla en él un
«profeta», uno de esos espantosos híbridos de enfermedad y de voluntad de poder
denominados fundadores de religiones. Es preciso ante todo oír bien el
sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente
injustos con el sentido de su sabiduría. «Las palabras más silenciosas son las
que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el
mundo.»