-Ahora, pues, ya que vos no consentís que goce lo que tanto me ha costado, y que no quereis que por amiga me entregue en ella, a lo menos no me podeis negar que, como a muger legítima, no me la habeis, ni podeis, ni debeis quitar.
Y volviéndose a la moza, a quien de la mano no había dejado, le dijo:
-Esta mano que hasta aquí os he dado, señora de mi alma, como defensor vuestro, ahora, si vos quereis, os la doy como legítimo esposo y marido. La Esperanza, que de más bajo partido fuera contenta, al punto que vio el que se la ofrecía, dijo que sí y que resí, no una, sino muchas veces, y abrazólo como a señor y marido. El compañero, admirado de ver tan estraña resolución, sin decirles nada, se les quitó de delante y se fue a su aposento. El desposado, temeroso que sus amigos y conocidos no le estorbasen el fin de su deseo y le impidiesen el casamiento, que aun no estaba hecho con las debidas circunstancias que la Santa Madre Iglesia manda, aquella misma noche se fue al mesón donde posaba el arriero de su tierra, el cual quiso su buena suerte de la Esperanza que otro día por la mañana se partía, con el cual se fueron, y según se dijo, llegó a casa de su padre, donde le dió a entender que aquella señora que allí traía era hija de un caballero principal, y que la había sacado de la casa de su padre, dándole palabra de casamiento. Era el padre viejo y creía fácilmente cuanto le decía el hijo, y viendo la buena cara de la nuera, se tubo por más que satisfecho, y alabó como mejor supo la buena determinación de su hijo.
No le sucedió así a Claudia, porque se le averiguó por su misma confesión que la Esperanza no era su sobrina ni parienta, sino una niña a quien había tomado de la puerta de la iglesia, y que a ella y otras tres que en su poder había tenido, las había vendido por doncellas muchas veces a diferentes personas, y que de esto se mantenía y tenía por oficio y egercicio, y que las otras dos mozas se la habían ido, enfadadas de su codicia y miseria. Averiguósele también tener sus puntas y collar de hechizera, por cuyos delitos el corregidor la sentenció a cuatrocientos azotes y a estar en una escalera con una jaula y coroza en medio de la plaza, que fué un día el mejor que en todo aquel año tubieron los muchachos de Salamanca.
Súpose luego el casamiento del estudiante, y aunque algunos escribieron a su padre la verdad del caso y la bajeza de la nuera, ella se había dado con su astucia y discreción tan buena maña en contentar y servir al viejo suegro, que, aunque mayores males le dijeran de ella, no quisiera haber dejado de alcanzalla por hija. Tal fuerza tiene la discreción y hermosura, y tal fin y paradero tubo la señora doña Claudia de Astudillo y Quiñones, y tal le tienen y tendrán todas cuantas su vivir y proceder tubieren; y pocas Esperanzas habrá en la vida que, de tan mala como ella la vivía, salgan al descanso y buen paradero que ella tubo, porque las más de su trato pueblan las camas de los hospitales, y mueren en ellos miserables y desventuradas, permitiendo Dios que las que, cuando mozas, se llebaban tras de sí los ojos de todos, no haya alguno que ponga los ojos en ellas, etc.
FIN