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Advierte, niña, que no hay maestro en toda esta Universidad, por famoso que sea, que sepa tan bien leer en su facultad, como yo sé y puedo enseñarte en esta arte mundanal que profesamos; pues así por los muchos años que he vivido en ella y por ella, y por las muchas esperiencias que he hecho, puedo ser jubilada en ella: y aunque lo que agora te quiero decir, es parte del todo que otras muchas veces te he dicho, con todo eso quiero que me estés atenta y me des grato oído, porque no todas veces lleva el marinero tendidas las velas de su navío, ni todas las lleva cogidas, porque según es el viento tal el tiento. Estaba a todo lo dicho, la dicha niña Esperanza, bajos los ojos, y escarbando el brasero con un cuchillo, inclinada la cabeza sin hablar palabra, y al parecer mui contenta y obediente a cuanto la tía. le iba diciendo; pero no contenta Claudia con esto, le dijo:

-Alza, niña, la cabeza, y deja de escarbar el fuego: claba y fija en mí los ojos, no te duermas, que, para lo que te quiero decir, otros cinco sentidos más de los que tienes debieras tener, para aprenderlo y percibirlo.-

A lo cual replicó Esperanza:

-Señora tía, no se canse ni me canse en alargar y proseguir su arenga, que ya me tiene quebrada la cabeza con las muchas veces que me ha predicado y advertido de lo que me conviene y tengo que hacer: no quiera ahora de nuevo volvérmela a quebrar. Mire ahora, ¿qué más tienen los hombres de Salamanca que los de otras tierras? ¿Todos no son de carne y hueso? ¿Todos no tienen alma, con tres potencias y cinco sentidos? ¿Qué importa que tengan algunos más letras y estudios que los otros hombres? Antes imagino yo que los tales se ciegan y caen más presto que los otros, y no se engañan, porque tienen entendimiento para conocer y estimar cuánto vale la hermosura. ¿Hay más que hacer, que incitar al tibio, probocar al casto, negarse al carnal, animar al cobarde, alentar al corto, refrenar al presumido, despertar al dormido, convidar al descuidado, acordar al olvidado, requerir al... escribir al ausente, alabar al necio, celebrar al discreto, acariciar al rico, y desengañar al pobre? ¿Ser ángel en la calle, santa en la iglesia, hermosa en la ventana, honesta en la casa, y demonio en la cama?

-Señora tía, ya todo esto me lo sé de coro: tráigame otras cosas nuevas de que avisarme y advertirme, y déjelas para otra coyuntura, porque le hago saber, que toda me duermo, y no estoy para poderla escuchar. Mas una sola cosa le quiero decir, y le asejuro, para que de ello esté mui cierta y enterada, y es que no me dejaré más martirizar de su mano, por toda la ganancia que se me pueda ofrecer y seguir. Tres flores he dado y tantas a Vmd. vendido, y tres veces he pasado insufrible martirio. ¿Soy yo por ventura de bronce? ¿no tienen sensibilidad mis carnes? ¿no hay más sino dar puntadas en ellas como en ropa descosida o desgarrada? Por el siglo de la madre que no conocí, que no lo tengo más de consentir. Deje, Señora tía, ya de rebuscar mi viña, que a veces es más sabroso el rebusco que el esquilmo principal; y si todavía está determinada que mi jardín se venda cuarta vez por entero, intacto y jamás tocado, busque otro modo más suave de cerradura para su postigo, porque la del sirgo y ahuja, no hay pensar que más llegue a mis carnes.-

-¡Ay, boba, boba-, -replicó la vieja Claudia,- y que poco sabes de estos achaques! No hay cosa que se le iguale para este menester como la de la ahuja y sírgo colorado, porque todo lo demás es andar por las ramas, no vale nada el zuma que y vidrio molido; vale mucho menos la sanguijuela, ni la mirra no es de algún provecho, ni la cebolla albarrana, ni elo de palomino, ni otros impertinentes menjurges que hay, que todo es aires; porque no hay rústico ya que, sí tantico quiera estar en lo que hace, no caiga en la cuenta de la moneda falsa. Vívame mi dedal y ahuja, y vívame juntamente tu paciencia y buen sufrimiento, y venga a embestirte todo el género humano; que ellos quedarán engañados, y tú con honra, y yo con hacienda y más ganancia que la ordinaria. Yo confieso ser así, señora, lo que dices, replicó Esperanza; pero con todo eso estoy resuelta en mi determinación, aunque se menoscabe mi provecho; cuando y más que en la tardanza de la venta está el perder la ganancia que se puede adquirir abriendo tienda desde luego, y más que no hemos de hacer aquí nuestro asiento y morada; que si, como dice, hemos de ir a Sevilla para la venida de la flota, no será razón que se nos pase el tiempo en flores, aguardando a vender la mía cuarta vez, que ya está negra de marchita. Váyase a dormir, señora, por su vida, y piense en esto, y mañana habrá de tomar la resolución que mejor le pareciere; pues al cabo, al cabo, habré de seguir sus consejos, pues la tengo por madre v más que madre. Aquí llegaban en su plática la tía y sobrina, la cual toda había oído don Félix, no poco admirado de semejantes embustes como encerraban en sí aquellas dos mugeres, al parecer tan honestas y poco sospechosas de maldad, cuando, sin ser poderoso para escusarlo, comenzó a estornudar con tanta fuerza y ruido, que se pudiera oír en la calle.

Al cual se lebantó doña Claudia, toda alborotada y confusa, y tomó la vela y entró furiosa en el aposento donde estaba la cama de Esperanza; y si como se lo hubieran dicho y ella lo supiera, se fué derecha a la dicha cama, y, alzando las cortinas, halló al señor caballero, empuñada su espada, calado el sombrero, y mui aferruzado el semblante, y puesto a punto de guerra.

Así como le vió la vieja, comenzó a santiguarse, diciendo:

-¡Jesús, valme! ¿Qué gran desventura y desdicha es ésta? ¿Hombres en mi casa, y en tal lugar, y a tales horas? Desdichada de mi! ¡Desventurada fui yo! ¿Y mi honra y recogimiento? ¿Qué dirá quien lo supieren.-

Sosiéguese Vmd., mi señora doña Claudia, -dijo don Félix,- que yo no he venido aquí por su deshonra y menoscabo, sino por su honor y provecho. Soy caballero, y rico y callado, y sobre todo enamorado de mi señora doña Esperanza, y para alcanzar lo que merecen mis deseos y afición, he procurado por cierta negociación secreta, que Vmd. sabrá algún día, de ponerme en este lugar, no con otra intención sino de ver y gozar desde cerca de la que de lejos me ha hecho quedar sin mí; y si esta culpa merece alguna pena, en parte estoy y a tiempo somos, donde y cuando se me puede dar, pues, me vendrá de sus manos que yo no estime por mui crecida gloria, ni podrá ser más rigurosa para mí que la que padezco de mis deseos. ¡Ay sin ventura, -volvió a replicar Claudia,- y a cuantos peligros están puestas las mugeres que viven sin maridos y sin hombres que las defiendan y amparen! ¡Agora si que té echo menos, malogrado de ti, Juan de Braca monte no el arcediano de Xerez-, mal desdichado consorte mío, que si tú fueras vivo, ni yo me viera en esta ciudad, ni en la confusión y afrenta en que me veo! Vmd., señor mío, sea servido luego al punto de volverse por donde entró, y si algo quiere en esta su casa de mí o de mi sobrina, desde afuera se podrá negociar -no le despide ni desafucia- con más espacio, con más honra y con más provecho y gusto. Para lo que yo quiero en la casa, señora mía, replicó don Félix, lo mejor que ello tiene es estar dentro de ella, que la honra por mí no se perderá; la ganancia está en la mano, que es provecho, y el gusto sé decir que no puede faltar. Y para que no sea todo palabras, y que sean verdaderas estas mías, esta cadena de oro doy por fiador de ellas. Y quitándose una buena cadena de oro del cuello, que pesaba cien ducados, se la ponía en el suyo.

 
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La tía fingida de Miguel de Cervantes Saavedra   La tía fingida
de Miguel de Cervantes Saavedra

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