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Propuso luego su embajada, con sus torcidos, acostumbrados y repulgados vocablos, y concluyó con una mui formada mentira, cual fue, que su Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco estaba tan pulcela como su madre la parió -que si dijera como la madre que la parió no fuera tan grande- mas que con todo eso, para su merced, que no habría puerta de su Señora cerrada. Respondióla el caballero que todo cuanto le había dicho del merecimiento, valor y hermosura, honestidad, recogimiento y principalidad -por hablar a su modo- de su ama lo creía; pero aquello del pulcelazgo se le hacía algo durillo; por lo cual le rogaba, que en este punto le declarase la verdad de lo que sabía, y que le juraba a fe de caballero, si lo desengañaba, darle un manto de seda de los de cinco en púa. No fué menester conesta promesa dar otra vuelta al cordel del ruego, ni atezarlelos garrotes para que la melindrosa dueña confesase la verdad, la cual era, por el paso en que estaba y por el de la horade su postrimería, que su Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco estaba de tres mercados, o por mejor decir de tres ventas; añadiendo el cuánto, el con quién ya dónde, con otras mil circunstancias con que quedó don Félix que así se llamaba el caballero satisfecho de todo cuanto saber quería, y acabó con ella, que aquella misma noche lo encerrase en casa, donde y cuando quería hablar a solas con la Esperanza sin que lo supiese la tía. Despidióla con buenas palabras y ofrecimientos, que llevase a sus amas, y dióle en dinero cuanto pudiese costar el negro manto. Tomóla orden que tendría para entrar aquella noche en casa, con lo cual la dueña se fue, loca de contento, y él quedó pensando en su ida y aguardando la noche, que le parecía se tardaba mil años, según deseaba verse con aquellas compuestas fantasmas.

Llegó el plazo, que ninguno hay que no llegue, y hecho un San Jorge, sin amigo ni criado, se fue Don Félix, donde halló que la dueña lo esperaba, y abriéndole la puerta lo entró en casa con mucho tino y silencio y puso en el aposento de su Señora Esperanza tras las cortinas de su cama, encargándole no hiciese algún ruido, porque ya la Señora Doña Esperanza sabía que estaba allí, y que¡ sin que su tía lo supiese, a persuasión suya quería darle todo contento; y apretándole la mano en señal de palabra que así lo haría, se salió la dueña, y D. Félix se quedó tras la cama de su Esperanza, esperando en qué había de parar aquel embuste o enredo.

Serían las nueve de la noche, cuando entró a esconderse D. Félix, y, en una sala conjunta a este aposento, estaba la tía sentada en una silla baja de espaldas, y la sobrina en un estrado frontero, y en medio un gran brasero de lumbre: la casa puesta ya en silencio, el escudero acostado, la otra dueña retirada y adormida; sola la sabedora del negocio estaba en pie y solicitando que su Señora la vieja se acostase, afirmando que las nueve que el relox había dado eran las diez, mui deseosa que sus conciertos viniesen a efecto, según su Señora la moza y ella lo tenían ordenado, cuales eran que, sin que la Claudia lo supiese, todo aquello cuanto con que Don Félix cayese y pechase fuese para ellas solas, sin que la vieja tubiese que ver ni haber de ello; la cual era tan mezquina y avara, y tan señora de lo que la sobrina ganaba y adquiría, que jamás le daba un solo real para comprar lo que extraordinariamente hubiese menester, pensando si salle este contribuyente de los muchos que esperaba tener, andando los días. Pero aunque sabía la dicha Esperanza que Don Félix estaba en casa, no sabía la parte secreta donde estaba escondido. Convidada, pues, del mucho silencio de la noche y de la comodidad del tiempo, dióle gana de hablar a Doña Claudia, y así en medio tono comenzó a decir a la sobrina en esta guisa:

Consejo de Estado y Hacienda

-Muchas veces te he dicho, Esperanza mía, que no se te pasen de la memoria los consejos, los documentos y advertencias que te he dado siempre: los cuales, si los guardas como debes y me has prometido, te servirán de tanta utilidad y provecho, cuanto la mesma esperiencia y tiempo, que es maestro de todas las cosas, y aun descubridor, te lo darán a entender. No pienses que estamos aquí en Plasencia, de donde eres natural, ni en Zamora, donde comenzaste a saber qué cosa es mundo y carne ni menos estamos en Toro, donde diste el tercer esquilmo de tu fertilidad, las cuales tierras son habitadas de gente buena y llana, sin malicia ni recelo, y no tan intrincada ni versada en bellaquerías y diabluras como en la que hoy estamos. Advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, archivo de las habilidades, tesorera de los buenos ingenios, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre. liberal, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor. Esto es en lo general, pero en lo particular, como todos. por la mayor parte, son forasteros y de diferentes partes y provincias, no todos tienen unas mesmas condiciones; porque los vizcaínos, aunque son pocos como las golondrinas cuando vienen, es gente corta de razones, pero si se pican de una muger son largos de bolsa, y como no conocen los metales, así gastan en su servicio y sustento la plata, como si fuese hierro de lo mucho que su tierra produce. Los manchegos es gente avalentonada, de los de Cristo me lleve, y llevan ellos el amor a mogicones. Hay también aquí una masa de aragoneses, valencianos y catalanes; tenlos por gente pulida, olorosa, bien criada y mejor aderezada, mas no los pidas más, y si más quieres saber, sábete, hija, que no saben de burlas, porque son, cuando se enojan con una muger, algo crueles y no de mui buenos hígados.-

Los castellanos nuevos, tenlos por nobles de pensamientos y que si tienen dan, y por lo menos si no dan no piden. Los estremeños, tienen de todo como boticarios, y son como la alquimia, que si llega a plata, lo es y si al cobre, cobre se queda. Para los andaluces, hija, hay necesidad de tener quince sentidos, no cinco, porque son agudos y perspicaces de ingenio, astutos, sagaces, y no nada miserables; esto y más tienen si son cordobeses. Los gallegos no se colocan en predicamento, porque no son alguien. Los asturianos son buenos para el sábado, porque siempre traen a casa grosura y mugre. Pues ya los portugueses, es cosa larga de describirte y pintarte sus condiciones y propiedades, porque, como son gente enjuta de celebro, cada loco con su tema; mas la de todos por la mayor parte, es que puedes hacer cuenta que el mismo amor vive en ellos envuelto en laceria.

Mira, pues, Esperanza, con qué variedad de gentes has de tratar, si será necesario, habiéndote de engolfar en un mar de tantos bajíos e inconvenientes, te señale yo y enseñe un norte y estrella por donde te guíes y rijas, porque no dé al trabés el navío de nuestra intención y pretensa que es pelallos y disfrutallos a todos; y echemos al agua la mercadería 84 Miguel de Cervantesde mi nave, que es tu gentil y gallardo cuerpo, tan dotado de gracia, donaire y garabato para cuantos de él toma codicia.

 
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La tía fingida de Miguel de Cervantes Saavedra   La tía fingida
de Miguel de Cervantes Saavedra

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