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-¡Voto a tal, que no he oído mejor estrambote, en todos los días de mi vida! ¿Ha visto Vmd. aquel concordar de versos, y aquella invocación de Cupido, y aquel jugar del vocablo con el nombre de la dama, y aquel imploro tan bien encajado, y los años de la niña tan engeridos, con aquella comparación, tan bien contrapuesta y traída, de pequeña a gigante? Pues ya, la maldición o imprecación me digan, con aquel admirable y sonoro vocablo de incendio... juro a tal, que si conociera al poeta que tal soneto compuso, que le había de inviar mañana media docena de chorizos que me trajo esta semana el recuero de mi tierra. Por sola la palabra chorizos, se persuadieron los oyentes ser el que las alabanzas decía estremeño sin duda, y no se engañaron, porque se supo después que era de un lugar de Estremadura, que está junto a Xaraicejo; y de allí adelante quedó en opinión de todos por hombre docto y versado en la arte poética, sólo por haberle oído desmenuzar tan en particular el cantado y encantado soneto. A todo lo cual se estaban las ventanas de la casa cerradas, como su madre las parió, de lo que no poco se deseperaban los dos desesperados, y esperantes manchegos; pero, con todo eso, al son de las guitarras segundaron a tres voces con el siguiente romance, así mismo hecho a posta y por la posta para el propósito: Salid, Esperanza mía, a faborecer el alma, que sin vos agonizando, casi el cuerpo desampara. Las nubes del temor frío no cubran vuestra luz clara; que es mengua de vuestros soles no rendir quien los contrasta. En el mar de mis enojos tened tranquilas las aguas, si no quereis que el deseo dé al través con la Esperanza. Por vos espero la vida, quando la muerte me mata, y la gloria en el infierno, y en el desamor la gracia. A este punto llegaban los músicos con el romance, cuando sintieron abrir la ventana, y ponerse a ella una de las dueñas, que aquel día habían visto, la cual les dijo, con una voz afilada y pulida: -Señores, mi Señora Doña Claudia de Astudillo y Quiñones, suplica a vuesas mercedes la reciba su merced tan señalada, que se vayan a otra parte a dar esa música, por escusar el escándalo y mal egemplo que se da a la vecindad, respecto de tener en su casa una sobrina doncella, que es mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco, y no le está bien a su profesión y estado que semejantes cosas se hagan a su puerta; que de otra suerte, y por otro estilo, y con menos escándalo, la podrá recibir de vuesas mercedes.- A lo cual respondió uno de los pretendientes: -Hacedme regalo y merced, señora dueña, de decir a mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco, que se ponga a esa ventana, que la quiero decir solas dos palabras, que son de su manifiesta utilidad y servicio.- -Huy, huy-, dijo la dueña, -en eso por cierto está mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco. Sepa, Señor mío, que no es de las que piensa, porque es mi Señora mui principal, mui honesta, mui recogida, mui discreta, mui graciosa, mui música, y mui leída y escribida, y no hará lo que Vmd. le suplica, aunque la cubriesen de perlas.- Estando en este deporte y conversación con la repulgada dueña del huy y las perlas, venía por la calle gran tropel de gente, y creyendo los músicos y acompañados que era la Justicia de la ciudad, se hicieron todos una rueda, y recogieron en medio del escuadrón el bagage de los músicos; y como llegase la Justicia, comenzaron a repicar los broqueles y crugir las mallas, a cuyo son no quiso la Justicia danzar la danza de espadas de los hortelanos de la fiesta del Corpus de Sevilla, sino pasó adelante, por no parecer a sus ministros, corchetes y porquerones aquella feria de ganancia. Quedaron ufanos los brabos, y quisieron proseguir su comenzada música; mas uno de los dos dueños de la máquina, no quiso se prosiguiera si la Señora Doña Esperanza no se asomara a la ventana, a la cual ni aun la dueña se asomó, por más que volvieron a llamar; de lo cual enfadados y corridos todos, quisieron apedrealle la casa, y quebralle la celosía, y darle una matraca o cantaleta: condición propia de mozos en casos semejantes. Mas aunque enojados, volvieron a hacer la refacción y deshecha de la música, con algunos villancicos. Volvió a sonar la gaita, y el enfadoso y brutal son de los cencerros, con el cual ruido acabaron su música. Cuasi al alba sería, cuando el escuadrón se deshizo; mas no se deshizo el enojo que los manchegos tenían viendo lo poco que había aprovechado su música, con el cual se fueron a casa de cierto caballero amigo suyo, de los que llaman generosos en Salamanca y se asientan en cabeza de banco: el cual era mozo, rico, gastador, músico, enamorado, y sobre todo amigo de valientes; al cual le contaron mui por estenso su suceso sobre la belleza, donaire, brío, gracia de la doncella: atendió el cual a la belleza y hermosura, al donaire, brío y gracia con que se la describieron, juntamente con la gravedad y fausto de la tía, y el poco o ningún remedio ni esperanza que tenían de gozar la doncella, pues el de la música, que era el primero y postrero servicio que ellos podían hacerla, no les había aprovechado ni servido de más de indignarla con el disfame de su vecindad. El caballero, pues, que era de los del campo través, no tardó mucho en ofrecerles que él la conquistaría para ellos, costase lo que costase; y luego aquel mismo día embió un recaudo, tan largo como comedido, a la Señora Doña Claudia, ofreciendo a su servicio la persona, la vida, la hacienda y su fabor. Informóse del page la astuta Claudia de la calidad y condiciones de su Señor, de su renta, de su inclinación, y de sus entretenimientos y egercicios, como si le hubiera de tomar por verdadero yerno; y el page diciéndole verdad le retrató de suerte, que ella quedó medianamente satisfecha, y embió con él la dueña del huy u del hondo valle, que dice el libro de caballerías, con la respuesta no menos larga y comedida que había sido la embajada. Entró la dueña, recibióla el caballero cortésmente; sentóla junto de sí en una silla, y quitóle el manto de la cabeza, y diole un lenzuelo de encajes con que se quitase el sudor, que venía algo fatigadilla del camino: y antes que le digese palabra del recaudo que traía, hizo que le sacasen una caja de mermelada, y él por su mano le cortó dos bueñas postas de ella, haciéndole enjugar los dientes con dos docenas de tragos de vino del Santo, con lo cual quedó hecha una amapola, y más contenta que si la hubieran dado una Canongía. |
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