«"Pero de la esclavitud mecánica, de la esclavitud de las máquinas
dependerá el futuro del mundo. Lo mismo que los árboles crecen mientras los
campesinos duermen, así la humanidad se divertirá o gozará de un ocio refinado
-ya que éste y no el trabajo es el fin del hombre - o creando cosas bellas, o
leyendo cosas bellas, o simplemente contemplando al mundo con admiración y
delicia, mientras que las máquinas hacen todo el trabajo necesario y
desagradable. Trabajarán en las minas de carbón y realizarán las labores de
saneamiento; cumplirán las tareas aburridas y penosas, limpiarán las calles,
irán donde no se pueda ir y llevaran los recados cuando llueva. Moral y
mentalmente El Hombre sentirá malestar al hacer algo que no le produce placer.
Barrer, durante ocho horas, una plazoleta enfangada cuando el viento está
soplando, será siempre una ocupación penosa. Barrer con dignidad mental, moral o
física nos parece imposible. Hacerlo con alegría sería asombroso. El Hombre está
hecho para algo mejor que recoger lodo. Todo trabajo de esa clase debería ser
realizado por las máquinas, y no cabe la menor duda de que así
será."»
Brincando de nube en nube con alegría infinita, y como hablando de
sí mismo, continuó ascendiendo mientras leía:
«"Un pueblo que cree en sí tiene, también, su
propio dios. En él venera las condiciones gracias a las cuales prospera y
domina, sus virtudes; proyecta su goce consigo mismo, su sentimiento de poder,
en un ser al que puede dar las gracias por todo esto. Quien es rico ansía dar;
un pueblo orgulloso tiene necesidad de un dios para ofrendar...se está agradecido por sí mismo; para
ésto se necesita un dios. Tal dios debe poder beneficiar y perjudicar, estar en
condiciones de ser amigo y enemigo; se lo admira por lo uno y por lo otro. ¿De
qué serviría un dios que no conociera la ira, la venganza, la envidia, la burla,
la astucia y la violencia?, ¿ o que, a lo mejor, hasta fuera ajeno a los
ardeurs inefables del
triunfo y de la destrucción? A un dios así no se lo comprendería; ¿para qué se
lo tendría? Claro que si un pueblo se hunde; si siente desvanecerse para siempre
su fe en el porvenir, su esperanza de libertad; si la sumisión entra en su
conciencia como interés primordial y las virtudes de los sometidos como
condiciones de existencia, por fuerza
cambia también su dios. Éste se vuelve tímido, cobarde,
medroso y modesto, aconseja la 'paz del alma', la renuncia al odio, la
indulgencia y aun el 'amor' al amigo y al enemigo. Moraliza sin cesar, penetra
en las cuevas de todas las virtudes privadas y se convierte en dios para todo el
mundo... Si en un tiempo representó a un pueblo, la fuerza de un pueblo, todo lo
que había de agresivo y pletórico en el alma de un pueblo, ahora ya no es más
que el buen Dios... En efecto, no existe para los dioses otra alternativa: o son
la voluntad de poder, y mientras lo sean serán dioses de pueblos, o son la
impotencia para el poder; y entonces se vuelven necesariamente 'afeminados' y buenos."»