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Introducción
Con el pseudónimo de Rosa, he conocido a una mujer, que más que mujer es una “dama”. Digo “dama”, por su entereza, su honestidad, su fidelidad, su responsabilidad, su decisión, su magnetismo, su natural seducción… en fin, por su dignidad. Ella es portadora de una vida, rayana en lo insólito. Las peripecias convierten a su experiencia vital en una vida casi increíble. ¿Ella las buscará, las atraerá, o forman parte naturalmente, de su cotidianeidad? ¿Será la puesta a prueba a que la vida la expone, porque sabe que ella da para más? A veces no se alcanza a comprender, como habiendo vivido, no pocas veces, en condiciones límite –la dureza a la que la vida la expuso–, que podrían haberla conducido a caer en las oscuras profundidades del abismo; ella es solo amor y apertura mental –derrochando a los cuatro vientos: cariño, afecto amabilidad, dulzura– sin condicionamientos, que la hacen tolerante, aún con las personas y las situaciones más adversas. A su lado, uno tiene una sensación de certeza, poco habitual, en un mundo tipificado por la incertidumbre. Actitud que hace que en toda empresa que ella acomete el balance es positivo. Y si esto no ocurre en primera instancia, es por falta de perspectiva, que el tiempo se encargará tarde o temprano de aseverar. Sea ella ejemplo de vida, fundamentalmente, en aquellos momentos, en que sucumbimos a los caprichos, la intolerancia y los fundamentalismos, con que nuestra mente suele acosarnos.
IGHOR
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