-¡Cuerpo de mí! -replicó el Licenciado-. ¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas, o el de Isopo, cuando departía el gallo con la zorra y unos animales con otros!
-Uno dellos sería yo, y el mayor -replicó el Alférez-, si creyese que ese tiempo ha vuelto, y aun también lo sería si dejase de creer lo que oí, y lo que vi, y lo que me atreveré a jurar con juramento que obligue, y aun fuerce, a que lo crea la misma incredulidad. Pero puesto caso que me haya engañado, y que mi verdad sea sueño, y el porfiarla disparate, ¿no se holgará vuesa merced, señor Peralta, de ver escritas en un coloquio las cosas que estos perros, o sean quien fueren, hablaron?
-Como vuesa merced -replicó el Licenciado- no se canse más en persuadirme que oyó hablar a los perros, de muy buena gana oiré ese coloquio, que por ser escrito y notado del buen ingenio del señor Alférez, ya le juzgo por bueno.
-Pues hay en esto otra cosa -dijo el Alférez-: que, como yo estaba tan atento y tenía delicado el juicio, delicada, sotil y desocupada la memoria (merced a las muchas pasas y almendras que había comido), todo lo tomé de coro; y, casi por las mismas palabras que había oído, lo escribí otro día, sin buscar colores retóricas para adornarlo, ni qué añadir ni quitar para hacerle gustoso. No fue una noche sola la plática, que fueron dos consecutivamente, aunque yo no tengo escrita más de una, que es la vida de Berganza, y la del compañero Cipión pienso escribir (que fue la que se contó la noche segunda) cuando viere, o que ésta se crea, o, a lo menos, no se desprecie. El coloquio traigo en el seno; púselo en forma de coloquio por ahorrar de dijo Cipión, respondió Berganza, que suele alargar la escritura.
Y, en diciendo esto, sacó del pecho un cartapacio y le puso en las manos del Licenciado, el cual le tomó riyéndose y como haciendo burla de todo lo que había oído y de lo que pensaba leer.
-Yo me recuesto -dijo el Alférez- en esta silla en tanto que vuesa merced lee, si quiere, esos sueños o disparates, que no tienen otra cosa de bueno si no es el poderlos dejar cuando enfaden.
-Haga vuesa merced su gusto -dijo Peralta-, que yo con brevedad me despediré desta lectura.
Recostóse el Alférez, abrió el Licenciado el cartapacio, y en el principio vio que estaba puesto este título: El coloquio de los perros.