No somos capaces de preguntarnos siquiera si podemos mirarnos a nosotros
mismos de otra manera, si tal vez el mundo funcione con otras reglas, otra
lógica, otros procesos que hoy nos resultan desconocidos. Si mientras estamos
viviendo esta vida, nos damos cuenta que nunca nos hemos sentido verdaderamente
plenos, ¿no cabe la posibilidad que haya algo en nuestra forma de entender la
realidad que esté equivocado? ¿O lamentablemente, es preferible pensar que esa
completa plenitud no existe, que nunca lograremos ser plenos y por lo tanto
debemos simplemente conformarnos?
Es que el precio de equivocarnos
obedeciendo la ley inviolable que nosotros mismos construimos y defendemos es
muy alto: es vivir durante toda nuestra existencia luchando por los logros que
supuestamente nos traerán felicidad pero que nunca se cumplen o que de hacerlo,
terminan no trayendo esa felicidad duradera. De esta manera creemos siempre que
algo nos falta y le damos a esa falta una representación material, la
objetivizamos, la externalizamos, la volvemos una casa, un auto, una persona...
luego esa representación al volverse algo material y externo a nosotros, nos
lleva a luchar para su obtención, mas una vez lograda, nos damos cuenta que la
satisfacción plena no llega, o que si llega se va diluyendo y la sensación
comienza a repetirse, y el ciclo arranca de nuevo, y así sucesivamente hasta que
llegue el fin de nuestros días aquí.