-¿No come nada más en todo el día?-
exclamé.
-Agua. Y quizá una banana si me despierto de noche-. Se
volvió y se apoyó sobre un codo-. Ustedes comen demasiado -dijo-;
¡y sin vergüenza! ¿Cómo esperan acaso que la Llama del
Espíritu arda con brillo bajo esas capas de carne superflua?
Estaba deseando que no me mirara, y pensé en levantarme
e ir a consultar otra vez mi reloj, cuando una niñita que llevaba un
collar de cuentas de coral se unió a nosotros.
-La pobre Frau Hauptmann no puede venir hoy -dijo-. Le han
salido manchas por todas partes a causa de sus nervios. Estaba muy excitada ayer
después de escribir dos postales.
-Una mujer delicada -sugirió la húngara-, pero
agradable. Imagínense, ¡usa una corona distinta en cada uno de sus
dientes delanteros! Pero no tiene derecho a dejar a sus hijas llevar trajecitos
marineros tan cortos. Se sientan en los bancos, cruzando las piernas de una
manera de lo más desvergonzada. ¿Qué va a hacer esta tarde,
Fráulein Anna?
-Oh -dijo la del collar de coral-, Herr Oberleutnant me ha
pedido que lo acompañe a Landsdorf. Necesita comprar unos huevos
allí para llevarle a su madre. Ahorra un peñique cada ocho huevos
conociendo a los campesinos con los que puede regatear.
-¿Usted es norteamericana? -dijo la mujer de las
verduras, volviéndose hacia mí.