El primer día tuve conciencia de mis piernas, y
volví a mi casilla tres veces para mirar mi reloj, pero cuando una mujer
con la que había jugado al ajedrez durante tres semanas me paró en
seco, me resigné y me uní a uno de los círculos.
Yacíamos acurrucadas en el piso, mientras una dama
húngara de inmensas proporciones nos contaba acerca de la hermosa tumba
que había comprado para su segundo marido.
-Es una bóveda -dijo- con preciosas rejas negras. Y es
tan grande que puedo incluso bajar y caminar por ella. Tengo las
fotografías de ambos allí, con dos elegantes coronas que me
envió el hermano de mi primer marido. Está también la
ampliación de una fotografía de toda la familia, y un pergamino
iluminado, ofrecido a mi primer marido el día de su boda. Voy allí
con frecuencia; ¡es una excursión tan agradable para hacer los
sábados a la tarde cuando hay sol!
Se recostó de pronto de espaldas, tomó seis
profundas bocanadas de aire y volvió a sentarse. .
-La agonía de su muerte fue terrible -dijo alegremente-;
del segundo, quiero decir. El "primero" fue aplastado por un carro que
llevaba muebles, y le robaron cincuenta marcos del bolsillo de su chaleco nuevo;
pero el "segundo" estuvo muriéndose durante setenta y seis
horas. No dejé de llorar ni un solo momento... ni siquiera para llevar a
los chicos a la cama.
Una joven rusa, con un bucle pegado a la frente, se
volvió hacia mí.