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Su primer título fue un alivio tan inmenso como efímero. Era como haberle cortado una cabeza a la Hidra y ver horrorizado como le volvía a crecer una nueva. Ahora ya no había beca. Estaba solo contra ese agresivo mundo que lo esperaba afuera dispuesto a devorarlo de a poco, disfrutando cada bocado. Su formación le había dado seguridad, pero nunca se pudo sentir del todo incluido dentro del círculo cerrado de la universidad, en su mayoría formado por hijos de millonarios y famosos, con aspiraciones a estrellas de ese pequeño pero exclusivo firmamento.
Había hecho algunos amigos, entre otros becados, pero tenía poco roce social con la clase dominante. Por suerte, como en toda selva, había especies menos violentas y a lo largo de su carrera pudo generar un par de amistades de cierta relevancia. Seguramente sus excelentes calificaciones lo hacían más buscado por los que no las conseguían. A pesar de su carácter reservado y algo hosco, no tenía problemas en compartir sus conocimientos.
Luego de su ceremonia de graduación fue perdiendo progresivamente todos los contactos con estos interesados compañeros. Una mañana cruda de invierno recibió una invitación a unas jornadas académicas seguidas del tradicional ágape que solía ser lo más destacado de esas reuniones, ya que allí se tejían relaciones, negocios y encuentros sexuales. No dudó y la aceptó. Tal vez era lo que estaba esperando.
Se preparó concienzudamente, los pequeños ingresos que conseguía mediante un trabajo mal pagado en un estudio contable, acicateaban su intelecto en busca de nuevas oportunidades, y esta parecía ser una. Lejana pero posible.
Llegó puntualmente y bien vestido. De impecable traje y corbata parecía más un invitado a un casamiento que a una jornada de estudio y trabajo. Enseguida reconoció viejos compañeros con los cuales nunca había tenido mayor contacto, pero venció sus aprensiones y se metió de lleno en la socialización.
Fue la primera vez que escuchó hablar de la Organización a gente que parecía involucrada en sus negocios. Al parecer era conocida en sectores delimitados de esa jungla. El alcohol había soltado algunas lenguas poco proclives a la divulgación de secretos y haciéndose el entendido escuchó con atención lo que se decía del tema. Inmediatamente se propuso fatigar todos los artilugios posibles para conocer más de la empresa.
Cuando terminó la aburrida conferencia, a la que asistió un poco achispado por la copa de honor previa, aprovechó el alivio de la concurrencia para mezclarse vaso en mano entre los que habían estado comentando lo que le interesaba.
Logró, gracias a una discreta insistencia, ahondar en detalles hasta conseguir lo que buscaba. Uno de sus interlocutores, luego de la tercera copa de champagne, presumió de su pertenencia al grupo.
Hacia él dirigió su atención desde ese momento.
Recordó anécdotas jocosas de la época de estudiantes, adornándolas con detalles que tal vez no habían sucedido del todo como los recordaba, especialmente los que incluían al sujeto de su diligencia. De a poco la adulación hizo el efecto buscado e intercambió tarjetas con el colega, prometiéndose llamarse por teléfono.
Por lo general, esas llamadas nunca se realizaban y las charlas quedaban en una especie de nebulosa alcohólica hasta que alguna casualidad volvía a reunir a los ex compañeros. Esta vez no fue así, porque una vez transcurrido un tiempo que consideró suficiente, hizo uso de la tarjeta y concertó una reunión en un restaurante de la mejor zona de la ciudad.
Iba decidido a invertir todo lo que le quedaba del sueldo en el almuerzo. No era probable que tuviera otra oportunidad en un largo tiempo y estaba convencido de que tenía que quemar las naves. No recordaba que su invitado fuera de los peores individuos que había conocido.
Cuando llegó al lugar, tuvo que esperar un rato hasta que vio estacionar frente a la ventana que tenía delante de su mesa un poderoso deportivo color azul metalizado que lo dejó asombrado por su llamativo diseño. Hasta que no lo vio bajar, no cayó en la cuenta que su conductor era la persona a quien estaba esperando. Miró su reloj barato, que había conocido mejores épocas, y por una mezcla de estrategia y vergüenza lo escondió bajo la manga de la camisa.
En los últimos tiempos se había vuelto más sensible a este tipo de situaciones. A medida que transcurrían los años, sentía sobre sus hombros cierta desazón por su situación económica. La pensaba revertir, no dudaba de eso, solo tenía que conseguir la oportunidad y no la desaprovecharía.
Rubén, así se llamaba, llegó donde estaba esperándolo y se sentó con suficiencia, iniciando la charla casi sin saludarlo, como acelerado por supuestas múltiples actividades que había suspendido para asistir a su encuentro. Le desagradó su aire de superioridad pero no iba a tirar por la borda toda su maniobra táctica por una simple indisposición de ese tipo. Sostuvo la charla lo mejor posible, mezclando unas pocas verdades con varias mentiras y algunas exageraciones. Le costaba concentrarse, más aún cuando llamaron al mozo y su comensal se despachó pidiendo una botella de champagne para celebrar el encuentro.
De ahí en más empezó el sufrimiento. La conversación, lo que consumían, lo intrascendente que se vislumbraba el encuentro empezaron a desesperarlo. Prácticamente era escuchar un monólogo sobre la vida del edificio del barrio exclusivo donde por ahora vivía Rubén, las características de su perro, la velocidad de su auto, el precio del mismo y demás cuestiones que lo iban torturando a fuego lento. Nada sustancial hasta ahí.
Trató de calmarse y aflojó la velocidad con que bebía, llenando con asiduidad la copa de su interlocutor. Cuando lo vio alegre por las burbujas que sabía iban a impactar en su billetera, se lanzó.
—Recuerdo que comentaste que estás trabajando en esa Sociedad de la que todos hablan —se despachó sin venir al caso.
El otro detuvo el movimiento ascendente de su mano con la copa, levantó la mirada y luego siguió hasta tomar un corto trago. La dejó sobre la mesa, se echó hacia atrás y lo sorprendió.
—Pensé que me iba a ir borracho y no te ibas a animar a hacer la pregunta.
Acusó el golpe a pesar de que intentó evitarlo. Lo descolocó la afirmación. Se tomó su tiempo y contestó sonriendo.
—Por lo visto soy un libro abierto. No pensé que era tan evidente mi interés.
—No te preocupes, yo pasé por lo mismo. Vos me caes bien desde la Facultad. No te quería hacer sufrir tanto pero tampoco puedo adelantarme. Me podría equivocar. ¿Te interesa el tema?
—Francamente, para no hacerte perder más tiempo, estoy casi desesperado. No te voy a mentir. Mi situación económica es mala, mi trabajo peor y mi ánimo se derrumba. El resto de mi vida anda excelente —y sonrió con ironía. Estaba aliviado por primera vez.
Rubén sonrió.
—Mirá, muy pocos pueden entrar, solo por recomendación. Mucho no te puedo comentar pero te puedo decir que yo estoy en un nivel desde el que podría hacer algo por vos. Pero tenés que estar seguro, porque una vez que entrás no vas a querer salir —hizo una pausa y prosiguió—. Tampoco te van a dejar.

 
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