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Prólogo

Sin lugar a dudas, la educación es un mosaico con dodecaedros rómbicos, similar a una colmena de abejas, donde cada celdilla hexagonal es un aspecto de la vida que se desarrolla en su interior, desde la construcción de conocimiento hasta la minuciosa tarea de armar valores que van sembrándose en cada uno de los estudiantes que acuden a las aulas de un centro de formación.

Educar conlleva a la compleja tarea de recibir a un alumno y transformarlo en un ser humano, cuya actividad docente-educando va orientada a imprimir en el nuevo visitante del aula una vocación de compartir a partir de la socialización de saberes, dado que al recibir nuevos conocimientos el estudiante a su vez los comenta y comparte con los otros para validarlos. Los valida con sus percepciones, relaciones intersubjetivas, experiencias de su entorno inmediato, interpretándolos desde su capacidad comprensiva y adaptándolo a su lenguaje; esto es vivir la enseñanza como un proceso de aprendizaje que es útil y necesario compartir.

Compartir es aceptar al otro, ya sea para reafirmarse como sujeto y comprender que es indispensable la existencia del otro para validar lo nuevo aprendido, corroborar sus conocimientos y trasvasarlos con los demás a través de los lazos sociales.

Esta primera etapa en la educación nos permite hacernos conscientes de la realidad de nuestros semejantes, que compartimos una realidad social, que el lenguaje es un vínculo socializante y el diálogo es el cemento de toda comunidad.

Aprender cosas nuevas es un peldaño dentro del quehacer educativo, aunque algunas veces aprender lo desconocido o nuevo es una actividad tediosa, difícil y hasta tiránica para otros, en ese indagar y descubrir se abre el horizonte de la libertad, dado que los conocimientos adquiridos y los novedosos le brindan al estudiante la capacidad de ver y comprender la realidad social en que se desenvuelve, ejercitar el pensamiento para moldear lo observado y hasta atreverse por medio de la osadía a trasmutar objetos, lenguaje y saberes adquiridos para asirlos de manera menos compleja.

Libertad es un valor que se ejercita de manera infinita y el soporte que lo relanza al infinito es la sabiduría, el conocimiento y los nuevos saberes. Por lo tanto, enseñar sobre la premisa de libertad es dotar de alas al pensamiento que se atreve a construir simbólicamente otras dimensiones del entorno social.

Indudablemente que el valor de libertad va aunado al de autoridad porque todo ejercicio libertario implica una responsabilidad y un deber ser o ética comportamental que limita la libertad arbitraria y concede pasaporte a la libertad responsable.

La libertad que tiene el responsable docente está circunscrita al aula y sus contornos de la escuela, mas no está abierta a toda la sociedad, porque los conocimientos suficientemente adquiridos por el profesor lo dotan de una autoridad en la medida que orienta, aconseja, enseña, intercambia y recurre frecuentemente a los argumentos para convencer o aplacar la inquietud o sed de saberes del educando, mas no de los padres, gobiernos o instituciones que forman parte de la guirnalda del complejo que es la sociedad.

Autoridad porque tienen los argumentos suficientes, las habilidades para trasmitirlos, la facultad para hacerlos accesibles al conocimiento de los estudiantes y, ante todo, porque es guía orientadora de comportamientos ante los otros y los diversos estamentos del sistema social en que vivimos.

Indudablemente que enseñar tiene un objetivo claro, cuya esencia es desarrollar la capacidad crítica de análisis en los receptores humanos que visitan el aula, donde el estudiante no sólo recibe instrucción, sino que a través del aprendizaje adquirido y las experiencias vividas nace la condición de indagar, escudriñar, a buscar y ver en la curiosidad el sentido del razonamiento lógico que se adapta a su vida y trayectoria. Esta etapa de enseñar y aprender en el aula –e internalizada en el estudiante– lo coloca en postura del sujeto que interpela a la realidad social y se interpela a sí mismo.

Si en la educación no se enseña al sujeto/estudiante a interpelarse a sí mismo, se corre el riesgo de que habiten en él ausencia de definiciones de pertenencia con la escuela, la familia, el país, los símbolos y valores normativos que le ayuden a no ser vulnerable, que eviten exhibirse como persona frágil ante el mundo y sus contingencias.

Es importante entonces que en el proceso educativo sean parte de la formación la construcción más definida de la identidad del joven a fin de que no asuma comportamientos acéfalos de sentido, esto es, apegada a la moda, el placer y el consumo, deshabitando la verdadera identidad que aún no delimita porque no se cuestiona a sí mismo. Es determinante que el alumno defina su naturaleza, dibuje la esperanza, los deseos y, ante todo, los dote de sentido a través de sus acciones.

El hecho de que el alumno aprenda a utilizar de manera inteligente su pensamiento es la labor central del educador, porque en la medida que el sujeto estudiante vaya ordenando los objetos, premisas y argumentos aprendidos, su pensamiento crece, adquiere ramificaciones y tejidos complejos hasta que los dota de una lógica que lo pone en posibilidad de explicarlo de una forma a menudo inmejorable y equilibrada con el tiempo, que es observable en las narraciones, los tiempos verbales, las fechas, horarios y circunstancias en que se desenvuelve.

Indudablemente que el manejo del tiempo consubstancialmente lleva a descubrir el lugar, el espacio que ocupa un cuerpo. Todos los objetos y hechos necesitan de un espacio para ocurrir. Es entonces un lugar, un espacio ocupado.

Existe variedad de espacios como distintos cuerpos, lo hay de particularidades escolares, familiares, de trabajo, de comercio, de recreación y de poder.

Aprender que cada acontecimiento u objeto está en un lugar y en horario y calendario determinado, le brinda al sujeto estudiante la capacidad de cuestionarse y cuestionar la realidad social, pero ante todo distinguir las múltiples dimensiones espaciales de la sociedad.

Qué puede hacer hoy, qué corresponde desarrollar mañana, dónde ir y qué hacer en ese lugar son expresiones de un manejo de la temporalidad espacial, situaciones esenciales para que el sujeto se desarrolle y su desempeño esté acorde a sus habilidades, destrezas y conocimiento; además, pueda manejar los tiempos en las actividades de corto, mediano y largo plazo. Sin esta condición ineludible y necesaria para la vida social, el alumno no podría conocer el presente, ligarlo y desvincularlo con el pasado e imaginar el futuro.

El tiempo-espacio da lugar a que el alumno descubra cuándo y dónde actuar, a evitar que lo dejen al margen cuando se toman las decisiones que le afectan, también a percibir situaciones de riesgo, vulnerabilidad y hostilidad para su seguridad y desarrollo como ser humano. Lo acerca al otro y lo vincula con redes asociativas, valida a través del diálogo saberes y conocimiento y, ante todo, teje trozos de comunidad que abonan hilos y urdimbre a la densa y compleja sociedad.

Actuar con valores, esto es, bajo los principios que nos permiten encaminar nuestro comportamiento en función de realizarnos como sujetos. Son creencias cardinales que ayudan a preferir, apreciar y elegir unas cosas en lugar de otras o un comportamiento en lugar de otro. También son fuente de satisfacción y plenitud, deseo y esperanza, necesidad y bienestar; en fin, son parte vital de la égida de nuestra vida dentro de la sociedad. Sin valores la vida es veleta sin sentido y presa fácil de las emociones temporales y difuminadas que se pierden en la instantaneidad.

Vivir sin valores conlleva a estacionarse en un limbo sin certezas, desorientado en el campo de lo social, encerrarse en el individualismo, dar cobijo a la angustia y la desolación, desechar toda posibilidad de asociación y ahogarse en el silencio de la soledad y la depresión. Los valores ayudan a vivir en comunidad, compartir los recursos existentes en la sociedad, alimentar el canal de los diálogos, a descomprimir la violencia y a exhibir los argumentos para convencer al otro. Los valores en la educación favorecen a respetar al otro, a aceptar la diversidad, a procrear la tolerancia, convivir con los diferentes y, ante todo, a opinar y respetar las opiniones diversas que salen del pensamiento de los demás. Sin el andamiaje de los valores difícilmente se podrá contener la degradación social.

Entonces, los valores se refieren a todos los aspectos de la vida social y reflejan creencias y actitudes en relación con inconmensurables esferas de entorno, tales como la familia, la religión, la política, el amor, la sexualidad, el matrimonio, la amistad, la autoridad, el trabajo, la muerte, el dinero, las aspiraciones, la distracción y nosotros mismos. Con una alforja frágil de valores, indudablemente la convivencia corre el riesgo de caer en el abismo de la violencia, el desánimo, los conflictos e intolerancia. Sería un mundo roto y sin posibilidad de reconstituirlo.

Las normas, las leyes, las instituciones, los gobiernos y la educación fueron instaurados en el epicentro de la sociedad como núcleo fundante para evitar la vulnerabilidad humana. Todo el conjunto de leyes y las acciones gubernamentales se organizaron para proteger a los ciudadanos. Sin embargo, el uso de los recursos de apropiación individual y/o grupal de los estamentos de gobiernos y sus leyes puso al hombre en riesgo permanente y vulnerabilidad absoluta.

La vulnerabilidad se asoma al no existir (y si existe no funciona) un conjunto de valores que depositan confianza en las relaciones gobierno-sociedad; la desconfianza es expresión de anomalía, de resentimientos y hasta suspicacia en todo o que está afuera de sujeto. Un estado de desconfianza escenifica el espectro de crisis que demanda ajustes o cambios por parte de los agentes involucrados y la aceptación de la crítica. Si la soberbia revive a través de rencores, represión, desconocimiento de los argumentos críticos y de los reclamos, hemos llegado a un terreno de franca descomposición que brinda salida fácil a la violencia.

La incertidumbre es el umbral que limita las acciones colectivas, a pesar de que tengamos conocimiento del estado de cosas y en nuestra imaginación se re-creen alternativas viables para detener la fatalidad, la desconfianza, el individualismo y la ceguera moral nos ata a la dársena del homo rumiante de la frustración y nos empuja a las aguas turbias de la desventura y el olvido.

Los ingredientes que nutren la violencia, la intolerancia, los castigos, la represión y la exclusión en los jóvenes, son temas abordados en el texto “Machismo y disciplina parental”, donde tres trabajos son tejidos cuidadosamente por un grupo de maestros de la Universidad de Colima, Facultad de Trabajo Social, para exponer de manera detallada y constatada con la participación de estudiantes, los pormenores del castigo dentro del aula, la concepción que tiene para el docente y la re-elaboración que hace el estudiante de acto correctivo, algunas veces atentando contra la integridad moral del educando y otras para re-encausar un comportamiento que rebasó los límite de la institucionalidad.

¿Cuáles son las medidas disciplinarias adecuadas para educar al alumno que actúa de manera desordenada o viola las normas institucionales?

No existe un catálogo disciplinario, dado que no es un centro penitenciario, sino un aula donde se forja un ciudadano para alimentar inteligentemente a la sociedad y tenga un provecho de hombre de bien, sin embargo se entremezclan tradiciones, costumbres, hábitos y caracteres en el docente que muchas veces irrumpen el proceso formativo. La falta que comete el educando en algunas ocasiones deriva de contextos familiares, valores desaprendidos, influencias mediáticas, modas exógenas o riñas triviales que son parte de una cadena de comportamientos que son aprendidos en la familia, el barrio o centros de diversión. Precisamente es ahí donde el docente debe fijar la atención para dirimir ante la conflictividad expresa y no actuar de una manera que atente contra la dignidad humana, la escala de valores del estudiante o la exposición ante el público que ridiculice al infractor.

Con el fenómeno del “bullying”, comportamiento que encierra hostigamiento, matoneo y maltrato escolar o agresivo e intencional, se devela un desbalance del uso del poder y que se repite a lo largo del tiempo en cantidad significativa dentro de los centros educativos, las medidas correctivas deben ser aplicadas para desclavar el fenómeno y no sancionar al agresor, dado que la sanción individual puede, en ciertos casos, adular y/o elogiar al transgresor y colocarlo en centro de atención hasta convertirlo en un núcleo de poder amedrentador dentro de los espacios escolares. Aún falta por analizar los factores efectivos para la tarea de desenclave de este bochornoso acto violento.

La exclusión verbal simbólica o violenta también es parte de los trabajos por los docentes que participan en la construcción colectiva del libro al abordar el tema de la dinámica familiar en parejas homosexuales, un campo temático poco elaborado desde las Ciencias Sociales; las aproximaciones más importantes están en la neurobiología y la psicología, en la primera sobre la base del comportamiento homosexual y sus vínculos neurales y, en la segunda, sobre ética y homosexualidad con diversas narrativas que van desde la valoración biológica, psicológica, sociológica, médica y académica-profesional, que vierte premisas, dilemas y conjeturas que posibilitan nuevos argumentos que están consolidándose con la apertura que en diversos países han aceptado la convivencia y reconocimiento en parejas homosexuales, aunque en debate permanente e inagotable el tema de las adopciones y los efectos o trastornos apreciables en la personalidad de la criatura acogida en el seno de la pareja con identidad sexual común que están en plena discusión inter-disciplinaria. El reto lo asumieron los investigadores docentes y abren una línea de intervención desde el Trabajo Social y para otras disciplinas que tienen al hombre como objeto-sujeto de estudio.

Un trabajo que va orientado desde el campo de la psicología intitulado “Características de una pareja homosexual: identidad, dinámica, roles y conflictos familiares”, desarrollado por María Teresa Torres Alonso de la Universidad de Nuevo León en México coadyuva al entendimiento de este tema toral.

Finalmente, la violencia de género y al interior de las relaciones de noviazgo es tema contemporáneo y de frecuente mención en la sociedad de hoy.

Las coordenadas de análisis han transitado, en este campo temático, por su colocación como asunto prioritario de salud pública, debido al engranaje que porta de la morbilidad y mortalidad que revelan las cifras, sin embargo denota otras variables que se desprenden de los efectos de la violencia que terminan expresándose en depresión, ansiedad, alcoholismo, trastornos postraumáticos, suicidios y homicidios, entre otras manifestaciones graves en el afectado.

La violencia en las relaciones de noviazgo transitan por las avenidas de los celos, relaciones sexuales forzadas, amenazas, ultraje físico y verbal, maltratos y control excesivo de la conducta de la pareja. Lo problemático de esta relación conflictiva son los efectos en las mujeres sometidas que manifiestan conductas introvertidas, baja autoestima, apego a adicciones, alcoholismo y rendimiento escolar deficiente.

Este fenómeno no tiene distingo de clases sociales ni de estatus social, es un comportamiento que ostenta una tendencia incremental. Aunque los factores detonantes son diversos, algunos trabajos publicados en México y Argentina exponen y llegan a conclusiones similares al artículo “Género y violencia en el noviazgo” que en el libro se elabora con datos que pueden ser base de estudios posteriores e interdisciplinarios.

Las letras conjugadas, los argumentos esgrimidos, los datos convalidados y el esfuerzo colectivo de los autores del presente libro, son parte sustancial para posteriores trabajos de investigación. Armar trabajos colectivos es una labor paciente por la pluralidad de los actores, tolerante por la discusión constructiva y los arreglos de consensos y acuerdos, meticulosa para armar narrativa bajo una lógica expositiva, arquitectónica para compaginar espacios y tiempo de cada uno y ante todo, un aprendizaje para construir comunidad académica, ínsulas del pensamiento colectivo que se atreven a desafiar la tendencia de la sociedad líquida que nos explica Zygmunt Bauman, espectro que viene diluyendo todas las expresiones de asociación a través del individualismo banal y consumista que desprecia todo lo que tenga sello asociativo y relanza al “homo hedonista” hacia todas las latitudes y capilaridad de la sociedad.

Ejercitar la docencia con la investigación es un ideal; escribir para los alumnos es formidable, alimentar los debates hacia el interior de las universidades y centros formativos es tarea inaplazable, de ahí que el libro “Machismo y disciplina parental” es un proyecto encomiable, desafiante y, ante todo, útil para la educación del siglo xxi, donde la impronta tecnológica nos abruma y esconde la parte humana que reclama y obcecadamente los autores dejan ver y sin apego renuncian a actividad docente expositiva y asumen la postura de docente activo y fiel aliado de los estudiantes.

Enhorabuena el nuevo libro de la Colección Temas Estratégicos, de nueva cuenta pone sobre la mesa de discusión un tema propio de las Ciencias Sociales y dejan abierto el debate para nuevos esfuerzos investigativos.

Robinson Salazar Pérez

Buenos Aires, Argentina

Otoño 2015

 
 
 
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