La chapetonada del aprendizaje me costó, en una semana, un par de miles de pesos. Pero pronto aprendí a jugar discretamente, equilibrando perdidas y ganancias. Como Dios protege a los inocentes, tuvo suerte y llegue luego hasta ganar algunas veces. Y como la suerte viene por rachas, no solo en el juego fui feliz, sino también en los negocios y el amor.
Los toros y ovejas de la "cabaña" se vendieron a excelentes precios, y mis tíos, los dueños del establecimiento, aumentaron en premio el tanto por ciento de mis ganancias. Y si me fue bien con mis toros, mis ovejas y mis tíos, mejor me fue con mi novia.
Mi novia, es decir, mi pretendida, era una niña encantadora llamada Clarita. Conmovida por mis miradas incendiarias, me ofreció su casa, y su madre me invitó a comer. Mi nave iba viento en popa...
Durante la comida dije la niña muchas ternezas. Ella me agradecía, ruborizábase y bajaba los ojos... Yo era el mas contento de los hombres sentados ante una mesa donde se sirve una mala comida (porque era una comida mala, lo diré de paso).
-Después de comer -¡y aquí principia el cambio de mi fortuna! -Pregunté a mis futuros suegros si les gustaba el bridge... Esperaba yo me contestaran que deliraban por el, como personas comme faut... Pues en vez de eso, el dueño de casa se rascó la nariz, preguntando extrañado:
-¿El bridge?...¿Es un juego de billar?...
Sentíme en el colmo de la indignación. ¿De donde podría salir esta gente, que no sabía lo que era el bridge? Creí que ante mis plantes se abría un abismo... ¡No, yo no podía aliarme con una familia tan... cualquier cosa! ¡Yo no podía quedar un instante más en una casa tan cursi! Por eso, sin contestar al anfitrión si era o no el bridge un juego de billar, me despedí bruscamente...
Salí de la sala tan fastidiado que no permití que nadie me acompañara. En el "hall", mientras me ponía el gabán, oí que los dueños de casa se consultaban, estupefactos...
-Se ira, porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar después de comer -decía la señora.
-Tal vez -contestaba el señor. -Pero más bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente. Deberíamos haberle ofrecido unas gotas de láudano.
¡No articuló palabra Clarita; pero sus ojos negros cuajados de lágrimas me dijeron muchas cosas en una última mirada. Con el dardo de esta mirada clavado en el pecho, me volví a Venado Tuerto, a la estancia, donde me requerían urgentes trabajos. No sin llevarme una biblioteca de bridge, tres docenas de juegos de naipes y una gruesa de "anotadores".
Enseñé el bridge al mayordomo y a su mujer, culto matrimonio de ingleses, al médico del pueblo, a varios vecinos estancieros y a otras muchas personas. Supe inculcar a todos el entusiasmo de mi amigo Villalba, repitiéndoles cuanto lo oyera respecto de Eduardo VII y demás. El bridge llegó a ser el juego predilecto del mundo "fashionable" de Venado Tuerto. Casi toda las semanas tenía que encargar barajas francesas a Buenos Aires el pulpero de la estación, pues menudeaban los pedidos.