Al verme aparecer y adelantar hacia ella con los brazos extendidos, con el ardor del amante que halla a su amada después de larga ausencia, ella se estremeció, lanzó un grito, enmudeció, clavó en mí la azul mirada de sus pupilas... ¡y se lanzó cabeza al agua como una rana!
Al verla sumergirse bajo las ondas, corrí frenético a lanzarme en su persecución... Pero la Sirena emergió otra vez, me hizo con las manos elocuente signo de que esperara, y, sacando todo el arrogante busto sobre el agua, hablóme con un acento tan exótico y una voz tan vibrante, que apenas pude comprender las siguientes palabras:
-¡Deténte, desgraciado!
Con trémulo acento de pasión yo le repuse:
-¡No puedo! No puedo vivir sin ti... corro hacia ti...
-¡Deténte! -repitió ella. -¿No ves que corres hacia una muerte segura?
-Moriré en tus brazos...
-¡No, no!... Espérame... yo iré a la costa... -me contestó ella nadando, en efecto, hacia la orilla.
Ya muy cerca de mí se detuvo y preguntó:
-¿Llevas armas?
Lleno de sorpresa, le contesté:
-Ninguna.
-¿Me juras por tu honor no hacerme daño?
-Lo juro por mi Dios y por mi patria.
Oído esto, rióse imperceptiblemente la subió a la arena de la playa y se arrastró apoyándose en las manos y culebreando con su larga cola pisciforme como una foca o un lobo marino.
Iba yo a balbucear una loca declaración de amor; mas al verla de la cola a la cabeza, se paralizó mi lengua y mi sangre se heló en las venas... ¿Era este monstruo, con su largo apéndice natatorio, con su coriácea piel de delfín, con su aspecto fiero y silvestre, el bello ideal de Sirena que forjara la fantasía humana y soñase yo en un sueño de amor?... Cierto que el perfil era griego, que las facciones eran correctas y propias de una mujer joven, ¡pero qué mujer tan grande y tan fría!
-Ya lo ves -me dijo ella sonriendo con horrible sonrisa de perro. -La realidad no es hermosa como la leyenda.
-Yo creía -murmuré -en la Sirena de la antigua mitología, la del cuento alemán de la Ondina o la novela inglesa llamada Miss Waters...
-¡Patrañas, hijo mío, patrañas!
Vivamente picada mi curiosidad, atropelláronse en mi boca una serie de preguntas:
-¿Dónde vive usted?... ¿Cuáles son sus costumbres... ¿De qué se alimenta?... ¿ Cómo ha aprendido a hablar la lengua de los hombres?...
-¿Quieres hacerme lo que ustedes llaman... creo que un «reportaje»?... -preguntó la Sirena, riéndose con la doble hilera de sus dientes blancos, enormes, antes propios de una fiera carnívora que de un ser humano. -Pues te diré que las Sirenas vivimos en grutas y cavernas escondidas en la costa del mar...
-¿Por qué se esconden ustedes?
-¡Bah!... Porque tememos a los hombres, y nos horripila la idea de que algún día puedan pescarnos y exhibimos vivas en sus jardines zoológicos, o bien en sus museos, disecadas y embalsamadas. Para ahuyentarlos, damos pábulo a la leyenda y les mantenernos a la distancia, en el temor de vernos y en la duda acerca de nuestra verdadera existencia.
-¿Cómo conocen ustedes tan bien a los hombres?... ¿Son ustedes inmortales?
-¿Inmortales?... ¡Qué disparate!... Pero somos, creo, los animales de vida más larga. Vivimos más que el elefante y la ballena, unos cinco o seis siglos. Tenemos, pues, tiempo de aprender mucho, mucho, hasta las distintas lenguas que hablan los hombres, y sus costumbres, y sus ideas...
-Pero, ¿cuál es la lengua de ustedes?
-Es el canto, el canto que acabas de sorprender.
-¿Cómo aprendió usted el español?
-Lo sé desde que vinieron a estas playas los primeros conquistadores. Me lo enseñaron, en pago de moluscos que les llevaba para que se alimentasen, dos náufragos a quienes abandonó en una roca solitaria, castigándolos por haberse rebelado, un navegante portugués que se llamaba Magallanes. ¡El hombre es un animal muy cruel!...
Hizo aquí una pausa la Sirena, y continuó luego, como ganosa de terminar:
-¿Y qué más quieres saber?... ¿De qué nos alimentamos? De algas y mariscos. ¿Si formamos pueblos o grandes colectividades? No; vivimos en cortas familias. ¿Si es antigua nuestra estirpe? Muy antigua es, y harto anterior al hombre. Más todavía: desde que apareció el hombre sobre la tierra, nuestra raza, viene decayendo y degenerando. Tal vez se extinga muy pronto.
Hizo la Sirena una nueva pausa, que yo interrumpí observándole:
--Todo esto es muy verosímil, lo confieso... Pero lo que yo no entiendo es cómo su raza persiste y se multiplica... Los animales superiores son todos sexuados; en cada especie o raza hay machos y hembras... Sin embargo, yo no sé que haya sirenos; todos los animales de su sangre son femeninos, es decir, sirenas... A no ser que tengan ustedes amores con los hijos de los hombres...
-¡Amores con los hijos de los hombres!... ¡Qué barbaridad!... Nosotras tenemos nuestros maridos, maridos de nuestra raza, de nuestra sangre, ¡los tritones!
-Los tritones son seres obscuros e ignorantes -aventuré tímidamente, -mientras que las sirenas...
-Te he dicho que nuestra raza está en decadencia desde hace muelles siglos y como toda raza degenerada, produce hembras superiores a sus machos...
-Superiores a sí mismas no tan diferentes como lo son las sirenas de los tritones...
-Siempre habrá menos diferencia entre nosotras y nuestros maridos, que las que se observan entre las hembras y los machos en ciertas especies animales, sobre todo en los insectos...
Fijo, sin embargo, en mi idea, insistí:
-Esos náufragos que han enseñado a las sirenas los idiomas de los hombres, ¿no les enseñaron también su manera de amar?
Rióse la Sirena con su horrible risa bestial, y exclamó:
-Acaso alguna vez un pobre náufrago haya pretendido poseer una sirena... Pero, dime con franqueza, ¿podrías tú tener ahora amores conmigo? ¿No te repugna mi aspecto de pez, mi olor marino, mi frialdad, mi piel húmeda, gruesa y resistente... Aunque, no tuviera yo el peligro de mi vida marina, ¿aceptarías tú mí mano?
Y al decir esto, se tendió una ancha y poderosa mano con uñas como garras y entre los dedos, horresco referens, ¡unas rugosas membranas natatorias, como las que los unen en las patas de las aves acuáticas!...
-Fíjate bien -añadió ella vivamente, meneando la cola a modo de abanico. -El canto de la sirena atrae por el amor al misterio, a lo desconocido, al infinito... Es así que, una vez revelado ese misterio, ese desconocido, ese infinito, tal amor debe apagarse... ¡Confiésalo! ¿No es verdad que, una vez que me has visto de cerca, una vez que conoces mi verdadera existencia animal, has dejado de quererme con tu antigua ansia de muerte?...
Pensándolo bien, yo agachó la cabeza en señal de asentimiento.