Su belleza, que todavía era mucha su desenvoltura, y, sobre, todo, su aire esencialmente tranquilo inspiraban confianza y la hacían simpática a los que no estaban en antecedentes de lo que hemos referido.
En cuanto el señor Lafí desapareció del saloncito, dio rienda suelta a su contenida irritación:
-¿No te he prohibido, Alicia, que, cambies de peinado? Entonces ¿por qué lo has hecho? ¿De dónde has sacado un vestido tan largo?
-Lo he alargado anoche yo misma -contestó la joven -y he cambiado mi peinado, porque quiero representar la edad que tengo.
-¿Qué significan esos caprichos? -exclamó indignada la Baronesa de Serzac. -Bien sabes que considerándote como un prodigio, tu éxito hubiera sido mucho mayor, y, sin embargo, le declaras tu edad al director de orquesta...
-El éxito será el que sea; pero lo que es yo no me prestaré mas, de hoy en adelante, a ninguna disimulación.
La señora de Serzac se había
estrellado más de una vez contra la voluntad de su hija, que, rehusaba, cantar cuando se la contrariaba demasiado. Así es que no se atrevió a insistir, y Alicia, después de haber previsto y temido una escena, se sintió singularmente satisfecha al ver el giro que tomaban las cosas, tanto más , cuanto que acababa de dar un paso en un sendero desconocido hasta entonces por ella por más que, lo había buscado con afán, cuando la agitada existencia que, llevaba le daba tiempo para eso.