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Algunos camareros que atravesaban el patio, se agruparon en derredor de ellos, y la criada, al verlos, no pudo contener un ademán de vanidad infantil, que, expresaba con toda claridad más o menos esta frase:

-¡A que no son ustedes capaces de hacer otro tanto!

Y parecía tan feliz en medio de aquella obligación y de aquellas gentes groseras, que la señorita de Serzac no pudo menos que pensar...

-¡Quisiera, ser ella!

Y siguió con la mirada todos los detalles de aquel cuadro doméstico, hasta el momento en que el regordete del señor Lafí se acercó a ella para despedirse.

-He ahí unas personas bastante originales -díjose el hombrecito gordiflón al salir del departamento. -Si la muchacha no da más animación a su canto que a sus palabras, puede decirse con seguridad que es otra reputación más de las tantas que hay usurpadas. Mañana nos convenceremos de eso. En cuanto a la madre, ha discutido el precio como una verdadera madre de teatro, y me ha despedido con el aire de una gran dama que está harta, y fastidiada de tratar con gente baja. Pero, a pesar de todo, es una, mujer interesante, y sin duda alguna el belitre, de su marido tiene, la culpa de que se vea reducida a semejante situación.

La Baronesa de Serzac tenía el don de producir una impresión favorable aun cuando a sus maneras, ya afectuosas y zalameras, ya más frías y graves, se agregase un poco de impertinencia. Hubiera sido necesario un don de observación muy excepcional para descubrir en ella ciertos toques y matices fugitivos, nada tranquilizadores.

 
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La señorita de Serzac de J. de la Brete   La señorita de Serzac
de J. de la Brete

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