La joven se inclinó sin contestar palabra, y el pequeño y regordete director se dijo, para sus adentros, que no siempre la amabilidad era compatible con el talento.
-Acabo de decir a la señora de Serzac que nos vemos obligados a aplazar por algunos días la fecha del concierto, y espero, señorita, que no se sentirá usted contrariada por eso.
-¡Oh! aprovecharemos esos días recorriendo la costa, y en hacer una visita a nuestros primos, los Rilli -respondió negligentemente la Baronesa. -¡Tal vez los conocerá usted!
-Todo el mundo los conoce, señora; su nombra es uno de los más antiguos de este pueblo -replicó el señor Lafí con un tinte de respeto.
Satisfecha de haberse colocado previamente
a tal altura en la consideración del director de orquesta, la señora de Serzac pasó a discutir la cuestión del precio. Era este un asunto tan penoso para Alicia, que, en aquel momento se alejó calladamente, y asomándose a la ventana, púsose a mirar al patio del hotel.
Una sirvienta de rostro lozano se
había instalado cerca de un vetusto pozo de ancho brocal y de gran rondana ferruginosa, dedicándose a limpiar la batería de cocina que fregaba y bruñía con todas sus ganas. De cuando en cuando, retrocedía un paso para juzgar mejor los efectos de su tarea, y con el brazo tendido sobre el utensilio colocado sobre el borde del brocal, reía de contenta al contemplar su obra.
Un momento después llamó a un peón de la cuadra, para hacerlo admirar el brillo de sus tachos, que lucían aún a pesar del crepúsculo cuya sombra se iba haciendo densa.
-¡Caramba! ¡ya lo creo que están lindos! -parecía decir el peón.