-¡Despáchate!
-interrumpió su madre con un tono que no admitía réplica alguna.
La joven se dirigió hacia su
bagaje, con el ceño fruncido se detuvo delante de un espejo y se
contempló largo rato con aire irritado. Y luego, cediendo de pronto a una
resolución tomada, desde varios días atrás, deshizo su
lío de viaje y en pocos momentos transformó por completo su
peinado infantil.
-¡Basta ya de mentiras! por lo menos sobre este punto -murmuró.
Su bonita, cabeza, cuyas líneas finas pero acentuadas indicaban fuerza, de voluntad, había perdido su aspecto infantil, y una sonrisa, de satisfacción entreabría sus labios cuando penetró en el saloncito en que la aguardaba la Baronesa conversando con el director del concierto. Al ver a su hija, la señorita de Serzac no pudo reprimir un movimiento de ira, ni continuar tampoco la frase que acababa de interrumpir la entrada de Alicia.
-¡Mi hija es tan jovencita! Es una cosa, tan extraordinaria que a su edad...
El señor Lafí era un hombrecito excesivamente gordo, que usaba el cabello largo para darse aires de artista, y acumulaba los oficios de director de orquesta del teatro, de director de la Sociedad Filarmónica de la localidad, y en las grandes circunstancias, las de organista de la parroquia.
Se levantó y saludó a la señorita de Serzac, diciendo:
-En efecto, la señorita es muy joven...
-Tengo diecinueve años cumplidos -interrumpió fríamente Alicia, que quería, adelantarse y evitar la contestación de su madre.
-¡Ah!.. Pues hay gente que pretendo que usted no tiene más de quince, años, señorita, lo que da verdaderamente un carácter fenomenal al gran renombre de que goza usted. Nos felicitamos muchísimo de que haya, usted consentido en venir a tomar parte en nuestra fiesta.