Las exiguas entradas de la Baronesa eran
para ella lo mismo que la miseria, y se le ocurrió explotar la espléndida voz de su hija, cuyo éxito realizó todas sus esperanzas. La señorita de Serzac, que había recibido lecciones de excelentes profesores, y que sabía manejar su instrumento vocal como una artista adquirió rápidamente, una sólida celebridad en los conciertos y salones parisienses. Los recursos que, de esta manera traía ella a su hogar, hubieran bastado suficientemente para vivir con decoro, si no hubiesen estado de por medio los hábitos de derroche de la Baronesa y las muchas deudas de que, estaba acribillada.
Aunque la señorita de Serzac no conocía bien el fondo de la situación, este género de vida fue para ella la fuente de tristezas continuas y variadas.
Su alma, sus gustos y sus sentimientos
eran los de una artista, y frecuentemente se estremecía de embriagante alegría cuando su talento recibía la sanción entusiasta de un público que acababa de levantar por sí misma. Pero el sentimiento de su exclusión social y la faz material de su vida le repugnaban, sublevaban sus sentimientos de altivez y le hacían desear, nostálgicamente, la existencia tranquila vislumbrada en los días de su infancia.
La señorita de Serzac hallábase, pues, pensando en estas tristezas que contrastaban tanto con la serena hermosura de la Naturaleza que, admiraba, cuando su madre entró de pronto en el cuarto.
-¡Vamos, vamos, Alicia! ¿ya estas entregada de nuevo a tus quimeras? Es preciso que te vistas, estas lleno de polvo. Bien sabes que he dado cita al director de orquesta; estará aquí dentro de una hora.
-¡Ya no me acordaba de eso!
-exclamó la señorita de Serzac, que, en su arrobamiento había olvidado que su llegada a Brest había sido motivada por la organización de un concierto en que debía tomar parte. -Pero ¿qué mal habría en queme vieran con la tierra del camino? Estoy muy bien aquí; déjeme admirar este paisaje, que es encantador, y luego es tan raro que...