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Mas bien pronto, ni el nombre del Barón, ni el de la Baronesa de Serzac, ni su esmerada distinción exterior, fueron suficientes para proteger la mala reputación que iban adquiriendo.

No tardó en producirse un notable cambio en torno de ellos; las viejas relaciones se fueron retirando, y, cuando llegó el tiempo en que la joven pudo observar, formar juicios, y sentir la influencia de la gente, que la rodeaba, se encontró en medio de bohemios y de perdidos.

Pronto comenzó a sufrir cruelmente, debido a eso. Sus inclinaciones, sus gustos y todos los recuerdos de su infancia, estaban en contradicción con el género de vida y la clase de gente que lo imponían las circunstancias. Contribuía a aumentar aún más este sufrimiento el desprecio que, el señor y la señora de Serzac demostraban sentir entre sí, por aquellas personas que recibían diariamente, porque habían conservado la vanidad altiva del nombre, a pesar de haberlo arrastrado por el fango.

En esta anomalía la señorita de Serzac veía la reminiscencia de un pasado, cuyo lejano recuerdo solía despertarse a veces en ella con vehemencia.

A la larga, tal vez, se hubiera desvanecido esta impresión gastada por el tiempo, sin los gustos delicados de la joven sin su sentimiento de la dignidad externa, y sin una rectitud de carácter, que lastimaban constantemente los hábitos y las conversaciones del medio en que vivía.

Con una inteligencia muy despierta y desarrollada, además, por el sufrimiento, la señorita de Serzac no había recibido, sin embargo, ninguna educación moral. No obstante, en su niñez había tenido ocasión de conocer, en casa de una abuela la dulzura de los recuerdos tradicionales y el sano vigor de las convicciones que, habrían de armonizar más tarde con su naturaleza. Pero, habiendo destruido la muerte, el único centro en que, pueden tomar parte ciertas facultades, la pobre joven había conservado solamente, una confusa memoria y el pensamiento amargo de que estaba fuera de su centro social.

Las relaciones tirantísimas existentes entre sus padres, hicieron su vida completamente, penosa, y frecuentemente intolerable hasta el momento en que el señor y la señora de Serzac se separaron.

 
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de J. de la Brete

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