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-¿Y por la nuca? ¿Nunca degollaron por la nuca? -pregunta con naturalidad, como si la conversación no se hubiera visto anulada por un hecho que comienza a parecer inevitable. Pero los hombres del gobierno se sienten seguros y hasta pueden darse el lujo de alargar el comienzo de la fiesta.

El vigilante Leandro Alem pone cara de asco: se ha visto en agarradas muy feas, y en ocasiones tuvo que meter el cuchillo a lo loco, como decía Salomón, pero eso de degollar por la nuca, ni al mismo diablo. El aindiado gigante hace la aclaración correspondiente sin dejar de mirar hacia Leiva, y alzando el tono, como para que lo oiga esa media docena de hombres sorprendidos en los rincones de la pulpería, como vacíos testigos de sombras que esperan el deseado momento de poder desaparecer sobre el rectángulo de luz de la puerta:

-No me gusta; eso se hace cuando la orden viene de arriba -escupe-. Por la nuca, la cosa se hace fea, por los güesos del espinazo, que al llegar a la cabeza se ponen muy agarrados y duros. Siempre dije que por la nuca iba bien el serrucho porque es una desgracia degollar a un cristiano con serrucho y mal afilado, pero si es por la nuca, va, claro que va, porque se hinca fiero en el güeso y entra. Da un poco de trabajo, pero entra.

Duda, se toca la nuca y manotea el jarro, sin dejar de observar a Leiva que parece de yeso; con la mirada flotando en instintiva visualización circular y los sentidos alertas, porque sabe que en cuanto terminen las explicaciones de experiencias sobre degüellos, vendrán otra vez las invitaciones, y él, ¡maldita suerte! además de mañero para las obligaciones, jamás prueba bebida blanca. ¿Lo habrán sabido? Y si lo saben ¿por qué lo buscan?

 
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