De la punta del mostrador vuelven a partir voces y una
carcajada multiplica su fuerza al engancharse en el novedoso éxito de una
grosería, escuchada, compartida y festejada por dos de los uniformados. Pero
Leiva sigue con los ojos detenidos sobre ese poco de vino tieso que parece
encharcado en la última parte de la botella, cerca del jarro de la fatídica
invitación. Piensa que ya agradeció el envío, y que por el momento -así lo
entiende- su gesto tiende a significar reconocimiento y beneplácito, de modo que
no hay motivos para justificar alarmas ni involuntarios nerviosismos.
Las tres figuras rojas, cónicas y desbordadas de seguridad
(como las ve Leiva), cambiando murmullos o jurando venganzas, se imponen como
una pesadilla: tres cardenales ebrios y asesinos asumidos por el engreimiento
del poder y el oscuro entusiasmo del alcohol. El faenador de los corrales de
Miserere conoce a Leiva, como toda la gente de Balvanera; sabe que tratar por
matar no vale la pena, porque nadie da un peso por lo que no vale un peso.
Entonces piensa que lo mejor es seguir la charla para tratar de alejar las ganas
que de pronto empezó a levantar el silencioso correntino, porque sabe que el
degollador de vacas siente el coraje como algo natural, y que en cosas de
hombres se explica con el cuchillo, como piensa que puede suceder, si no
interviene a tiempo. Tose con fuerza, llama la atención del gigante, reacomoda
el cuchillo sobre el costoso cinto de monedas, y vuelve a tirar preguntas,
siempre con amedrentado tono de amistad, con muchos ademanes y amistosas
palmadas, porque sabe que con la obsecuencia y la frecuentación de esos hombres
tan importantes, más el compromiso que tiene asumido de una docena de denuncias,
podrá aumentar sus ingresos con la repartija de los bienes que antes de morir
siempre saben ceder los condenados. Y un cargo en el todopoderoso cuerpo de
Serenos, no lo consigue cualquiera. Los obligará a olvidar al correntino, y si
lo consigue, después les explicará que no vale la pena sacar el puñal contra
cualquiera, y menos si no se declara enemigo de los federales. Y vuelve a las
preguntas y a las admiraciones: