-Mi coronel -interrumpe Troncoso visiblemente indignado por
todo lo que le explica su superior-. Hay que saber quiénes tiraron los fardos de
pasto para pasarlos a cuchillo, sin más averiguaciones... Y hay que hacer lo
mismo con los curitas que mezquinan el altar al retrato de nuestro Salvador.
-En eso estamos, y por eso estoy con usted y lo molesto justo
cuando tiene su merecida licencia... Perdóneme, amigo, pero yo confío en
usted.
-Ya mismo puedo empezar a atacar a esos salvajes. Créame, me
voy en ganas...
-Vea, Troncoso: no se olvide que usted no tardará en ser
ascendido, y que eso de degollar en forma personal queda para los que nos siguen
en jerarquía. Nosotros ya dimos prueba, a mí se me fue la mano más de catorce
veces, pero ahora a nosotros nos toca pensar... ¡Hay que saber mandar, amigo! Y
mandar es una forma de pensar.
-¿Pensar para matarlos?
-Pensar para saber cazarlos y ajusticiarlos, tal como lo espera
el Ilustre Restaurador...
-¿No cree conveniente empezar una limpieza esta misma noche?
¡Yo no soy de dejar pasar frente a mi puerta al enemigo! ¡Yo soy de
degollarlos!
-Le repito que no, Troncoso... Nos falta poco para llegar a
nuestro cuartel, y quiero que tanto los vigilantes como los serenos adviertan en
usted todo lo que pasa como si fuera yo mismo. ¿Se da cuenta?