-¿Que no he sido advertido? ¿Me dice a mí eso, después de
habernos metido la ciudad en un puño? ¿Después de saber usted mejor que nadie de
mi lucha y fidelidad? ¿No nos jugamos por la causa a cada momento?
-Le repito, amigo, que hay cosas graves de las que usted no ha
sido advertido. Muy graves... Y tan delicadas que en vez de jugarse por entero
habrá que consagrarse por entero... porque...
-¡Si pudiera saber...! -Lo sigue hacia la salida y trata de
alcanzarlo antes de llegar a la calle.
Cuitiño duda; se agarra al destartalado pasamanos de madera que
separa la calle de la vereda, esquiva algunos ladrillos rotos y guarda silencio;
también a él parece llevarle algún atractivo auditivo el frenético tum-tum y los
coros de los negros que ese día han sido autorizados para bailar y festejar
según las repudiadas costumbres de sus padres africanos.
Más que ansioso, Troncoso parece decepcionado, porque el
todopoderoso coronel de la policía aún no ha dicho nada.
-Usted dirá, mi coronel...
Cuitiño lo mira de arriba abajo, como si le importunara ese
interés, aunque es su obligación dar explicaciones:
-Se lo diré muy clarito para que a la brevedad se ponga en
acción como usted sabe hacerlo... y como lo exige la justicia de nuestra
causa.