-Olvide lo de ese faenador... Nadie debe matar al pedo, y menos
un oficial como usted... Ese es Leiva, amigo. Mírelo: así como ahora sale de
aquí, vive, como si no existiera... ¿Se da cuenta? ¿Para qué matarlo si está
muerto?
-Gracias, mi coronel.
Cuitiño se encoge de hombros y señala hacia Alem.
-Yo estoy aquí porque los necesito a los dos. Usted, Alem, que
se hizo famoso al curar el caballo de andar de nuestro Restaurador, saldrá
inmediatamente hacia Palermo con el herrero Martín Yrigoyen; sáqueme bueno a ese
muchacho que por las referencias pinta bien, como todos los vascos...
Cuitiño se interrumpe con malicia:
-Sí, señor, iré a Palermo con el herrero Yrigoyen...
-Sé que ese vasquito está noviando con su hija Marcelina...
-Bueno... ¿noviando? Claro, pero pronto se casarán...
-Mejor para los dos, entonces. Cuando lo sepa el Restaurador,
los va a llenar de regalos, créame, y el más barato será de mil pesos, los
mismos mil pesos que usted le devolvió cuando le curó el caballo...
-Mil quinientos pesos por curar un caballo es mucha plata...
Por eso devolví mil.