-¡Si habrá que tener coraje...!
-Buen cuchillo -ruge el atacante levantándolo hacia Leiva-. Y
la refalosa es cuando el degollado patina en su propia sangre, y corre
ensuciando a todos y con la cabeza colgando sobre la espalda como mochila del
diablo -agrega sin que nadie se lo pida.
Ya no hay más carcajadas. Ni Cardoso tiene palabras para seguir
entreteniendo al enardecido degollador de la policía. Alem quiere intervenir,
porque entiende que no vale la pena matar a un gaucho por un jarro de caña, pero
en cuanto se acerca, Troncoso se lo saca de encima con un brusco movimiento de
codos. Para ese degollador ya sobran las palabras.
-He dicho que siempre termino lo que empiezo... -Y el grito de
guerra y muerte le hincha la garganta como si fuera a estallarle: ¡Viva la Santa
Federación!
Un coro ronco, temeroso y desacompasado, aviva durante un
instante la miserable atmósfera de la pulpería:
-¡Viva la Santa Federación! ¡Viva! ¡Viva!
Y Troncoso se enardece con el coro:
-¡Mueran los inmundos, asquerosos y salvajes unitarios!
-¡Mueran! ¡Mueran!