No hay tiempo para más conjeturas, junto con la voz se acerca
el cuerpo fornido, seguro, inabordable.
-Te convidamos, Leiva, y no chupás ni contestás... ¿eh?
El sonido de su nombre le parece extraño, como si nunca lo
hubiera oído antes, como si a partir de ese momento comenzara a comprender que
ése es su nombre, y que toda esa prieta serenidad de sus facciones, y su
persona, y su cuerpo, y el silencio, y la soledad de cuanto ha sentido y vivido,
sólo han servido para responder al ruido de esas dos sílabas: Leiva.
Todo se complica; empero, ahí está Cardoso que vuelve a
intentar el apaciguamiento. Llevado por su inexperiencia y en su afán de querer
mejorar las cosas, aparentemente comienza a empeorarlas:
-Y dígame, oficial, ¿cómo es el degüello a lo oveja...?
El gigante oficial de la policía de Rosas endereza todo el
cuerpo hacia la tímida y obstinada figura del correntino, y empieza a explicar a
los gritos, aumentando sus explicaciones con los movimientos de su brazo
derecho, ahora sorpresivamente armado con un largo cuchillo. Es evidente que se
dirige a Leiva:
-Se mete el cuchillo detrás de la oreja, justito donde comienza
la carretilla, y se empuja hasta sentir que la hoja bandea de oreja a oreja,
entonces se hace fuerza hacia abajo, como con las ovejas, y ya está. -Levanta el
puño izquierdo cerrado y da vueltas como si mostrara la cabeza del degollado-. A
lo chancho, se clava y se revuelve... -Arroja la invisible cabeza sobre la
cerrada expectativa de Leiva. Pero Cardoso no se da por vencido.