Sobre el último emponchado que intenta salir, ruge la voz del
gigante que teme quedarse sin testigos, porque todo degüello, además de su
benefactora administración de justicia, debe ser un ejemplo para quienes aún no
se hayan decidido a abrazar pública y abiertamente la causa de la Santa
Federación. Y como cuando los acontecimientos se precipitan, no hay tiempo para
averiguar las tendencias, cae cualquiera:
-¿Por qué te vas vos? ¿Eh? Te me quedás aquí, mirás y
aprendés...
El emponchado queda como estaqueado sobre la salida, y es tal
su terror, que en vez de volver naturalmente, regresa a su lugar retrocediendo.
La carcajada del oficial le devuelve el aliento: si se ríen así, seguro que le
tendrán lástima y no lo matarán, gracias a Dios. ¡Cómo esos corajudos se van a
gastar con un hombre tan miedoso!
-¿Cómo te llamas vos?
El aludido mira hacia Leiva que sigue de perfil a los
protagonistas del reidero incidente, toma fuerzas y contesta:
-Eufrasio, señor...
-¿Eufrasio qué?
-Eufrasio solo, señor... y federal para lo que mande...
-Si sos federal, habrás peleado en alguna parte. ¿Eh?