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¿Acaso creíste, hijo mío...?
Saltó al vacío desde el borde del precipicio. Se sintió liberado: cuando se estrellara podría olvidar. Olvidar los gritos horribles de las víctimas del Ultraobispo, torturadas hasta la muerte durante interminables horas de agonía; ese Cerdo impío era capaz de cualquier cosa con tal de obtener el favor de los tenebrosos poderes a los que servía. Pero esta vez la víctima escapará, pensó, y podré descansar. El Ultraobispo lo había designado Primer Acólito hacía mucho tiempo. Al menos el Cerdo no lo había elegido como objeto para sus rituales inmundos. Luego todo había cambiado, tornando los días en locura y horror. Se despedazó contra las rocas. Sólo unos momentos después, tres cabalgaduras se hundieron en el mismo abismo como fantasmas oscuros. El Ultraobispo en persona y dos Alas-Negras desmontaron junto a los despojos. El Cerdo los examinó, musitando conjuros, hundiendo las garras en las costillas astilladas, en el cráneo abierto. Los restos humanos, en un coágulo de huesos y dolor, se levantaron. —¿Acaso creíste, hijo mío —dijo el Ultraobispo—, que podías escapar?
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Silbervogel y otros diez episodios de horror
de Federico Buccino
ediciones PasoBorgo
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