Tomé la decisión de no volver a
escribir, me conformaría con leer a los demás, pasando largas horas en compañía
de la voz de los muertos y la de los vivos, examinando las páginas como si fuese
un explorador en busca de los colmillos de un elefante legendario. Yo estaba
preparándome para protegerme de la tristeza, de la acumulación de fracasos, de
la sensación de vacío, pero ninguno de esos sentimientos acudía a mí, algo los
había detenido en el camino, se habían evaporado sin dejar rastro, tenía la
sensación un poco angustiosa de la persona que quiere llorar por sus muertos y
no encuentra las lágrimas suficientes para demostrar su pena o su
piedad.
A veces me quedaba horas y horas
en la terraza, pensando en mi falta de talento para expresarme, en mi excesiva
singularidad, en mi imaginación defenestrada, ausente, huida, alejada de todo
proyecto literario, y era en definitiva esta ausencia de imaginación, la que me
impedía tirarme desde la terraza como si fuera un fardo
inservible.
Un día tan miserable como
cualquier otro, mientras meditaba en la posibilidad de abandonar el trabajo y la
isla en la que llevaba viviendo cinco años, sonó el móvil y ya nada fue igual en
mi vida, el éxito lo cambia todo, a mí me sumió en una confusión poco
esclarecedora, pero era una confusión auspiciada por el éxito. Todo éxito tiene
algo de fortuito, de caminos cruzados que construyen el pequeño milagro, de que
un desconocido acapare alguna que otra portada de periódico o revista, y acuda a
varios programas de televisión a defender la validez de su
obra.
Mi segunda novela comienza así:
"Todas las putas tienen algo de santas, y todas las santas tienen algo de putas,
y no por ello he dejado de frecuentarlas."
Las reacciones de las feministas
y la iglesia católica no se hicieron esperar, dándole una publicidad gratuita a
mi novela, que se vendía como rosquillas, independientemente de su calidad
literaria. Los críticos más reaccionarios me tacharon de obseso sexual, de
inductor y apologista de la prostitución y los más progresistas me encumbraron,
diciendo que había metido el dedo en la llaga de una sociedad hipócrita e
infeliz, porque es incapaz de convertir su vida sexual en algo lúdico y
divertido. Los artículos de prensa se sucedían.