Hacía años que no te acordabas de él, de
su sufrimiento, de su angustia por no conseguir tu amor, de la terrible
desilusión de su mirada cuando se despidió de ti, de sus última palabras: "vengo
a decirte adiós, te quiero lo sabes, pero me estoy haciendo mucho daño a mí
mismo, tú no tienes la culpa de que me haya enamorado de ti. Me has hecho tan
feliz y tan infeliz al mismo tiempo. Te deseo lo mejor, toma, éste es un
ejemplar de mi segunda novela, gracias por dejarme utilizar tu imagen para la
portada, espero que te guste". Se fue, tú cogiste el libro, no podías apartar la
mirada de la portada, tu bello cuerpo cubierto por un bikini color naranja, te
fuiste a la habitación, leíste la dedicatoria, luego te buscaste en las páginas,
estabas nerviosa intentando encontrar tu nombre entre las frases crueles,
sinceras, sensibles, solitarias. Tus compañeras entran en la habitación, te
encuentran llorando con el libro entre las manos. Él está enfrente de tu casa
esperando el autobús, también está llorando, de furia, de rabia, de
desesperación.
Tu hija se abraza a ti, el pasado
cae bajo el peso del presente, "mamá, estás llorando, yo no quiero que llores
mamá". Ella le da un beso a su hija, la coge de la mano y camina hacia su casa
para prepararle la cena a su marido.
Se desvanece el día en la ciudad
de Curitiba, la oscuridad se adueña de sus calles, adornadas por miles de
letreros luminosos que rasgan la noche. Ella recibe a su marido y le da un beso
de amor, no como los que le daba a él hace diez años, que eran de
compasión.
A veces miraba el cielo para
contemplar la estela que iba dejando el paso de algún avión, imaginando que allí
dentro iba ella burlándose de mi amor. Me entraba una furia implacable por lo
estúpido de mi imaginación. Cada vez que pensaba en la palabra imaginación, me
preguntaba a dónde había ido a parar la mía, últimamente sólo me servía para
hacerme sufrir. Es cierto que cuando me enteré de la marcha de Sabrine a su
país, se apoderó de mí una sensación insoportable de soledad y dolor, un dolor
que era como un rumor que me alejaba de los demás. Ni siquiera la reciente
presentación de mi segunda novela en el auditorio de Cajacanarias en Santa Cruz,
me había devuelto la ilusión. Esta vez la sala estaba más concurrida que durante
la presentación de mi primer libro, que había resultado un fiasco. Paseaba la
mirada por la sala intentando conjurar la tristeza que me dominaba. Miraba a los
presentes con una falta de ambición sorprendente en alguien que se había
arriesgado a escribir una sátira feroz, donde hacía apología de la prostitución,
degradaba a la mujer sexualmente y al hombre sentimentalmente y aún me quedaban
páginas suficientes para una reflexión poética sobre la fragilidad de los
sentimientos.
Había llegado a ese punto de
inflexión en mi vida, en el que ya no podía dar marcha atrás, tenía que apretar
los dientes, ser fuerte, envolverme en un manto de indiferencia, construir ese
escudo que me protegiera de mi frustrado amor por Sabrine y del más que probable
fracaso de mi segunda novela, eso pensaba yo por aquel entonces, recién
presentada la obra y claudicada mi historia de amor.