Desde aquí arriba a más de diez
mil metros de altitud, los problemas pierden su peso, dejan de ser enormes
trozos de plomo para convertirse en globos etéreos que surcan el cielo en busca
de la serenidad. Tengo la sensación de que todo es más sencillo de lo que
pensamos, pero sólo es eso, una sensación, cuando aterricemos la realidad
impondrá su compleja crueldad, pero eso será más tarde, ahora observo por la
ventanilla las nubes que me impiden ver la tristeza, aquí arriba es fácil estar
enamorado porque no duele, es tan sólo un rumor como el de las aguas caudalosas
de un río. Todo pierde su importancia, los deseos y las ambiciones. Supongo que
uno de los problemas de mi historia de amor con Sabrine, es que me quedo a mitad
de camino de mis ambiciones y sólo cumplo mis deseos carnales, es posible que
lejos de ser un problema, no sea más que una de las mil caras del amor no
correspondido. Sé que es un error apasionarse por otra persona, debería sentirme
avergonzado por estar enamorado de una puta, pero no siento vergüenza ninguna,
sólo piedad por el dolor al que me somete la inquebrantable falta de amor hacia
mí. "Ya sabes que yo no puedo corresponderte, sé que te estoy haciendo daño, no
quiero hacértelo, no sé qué ves en mí. Tú no puedes alejarte y yo no puedo darte
el amor que te mereces. Los domingos voy a misa y rezo por la infelicidad de los
dos", me dijo un día que estaba inspirada, pues ella no es de mucho hablar,
prefiere que hable yo, aunque me haga sentir como si estuviese interpretando una obra
de Ionesco. Yo creo que lo estoy aburriendo señor Murakami, a fin de cuentas las
historias de amor entre prostitutas y escritores son tan frecuentes, que ya
nadie las toma demasiado en serio y sólo escandalizan a los histéricos y
reprimidos.
Por fin el avión toma tierra en
el aeropuerto de Barajas, suenan unos aplausos en honor al comandante del vuelo,
por dejarnos sanos y salvos en tierras de Madrid. Los pasajeros empiezan a
levantarse, yo observo desde la ventanilla cómo los operarios colocan la rampa
de salida y cargan nuestras maletas en un vehículo con cierto descuido.
Recogemos nuestros equipajes, nos dirigimos hacia el metro que comunica el
aeropuerto con el resto de la ciudad, los chicos me siguen igual que un ciego
sigue a su perro lazarillo, sin desconfiar en su falta de aptitud para dirigirse
al lugar correcto. Después de unos leves titubeos consigo orientarme, subimos al
metro, nos apeamos en Nuevos Ministerios, allí cogemos un tren de cercanías
hasta Atocha. Vuelvo a titubear, pero lo resuelvo preguntando. Sacamos los
billetes del Ave con destino a Zaragoza, nos corresponde el vagón número trece,
yo no creo en la mala suerte, pero existir sí que existe, en realidad sí creo en
la suerte, en lo que no creo es en las supersticiones.
Intento leer un libro de John
Updike que se titula "Brasil", sólo logro mantener la concentración durante
cuarenta y cinco minutos. Cierro el libro y observo el paisaje a través de la
ventanilla, uno siente la impresión de estar presenciando las imágenes de una
película de arte y ensayo, en la cual el espectador tiene que poner mucho de su
parte.