El resto de la expedición me
esperaba con cierto nerviosismo. Fui repartiendo los billetes y explicando el
motivo de mi tardanza. Los miré con cierta envidia, ellos seguían siendo
corredores de fondo, yo ya no era más que una sombra en el pasado, un competidor
retirado, ahora me tocaba ver los toros desde la barrera.
El avión se eleva, da comienzo el
viaje, uno tiene la sensación de que todo lo sucedido anteriormente ya no sirve
para nada, es un lastre del que te desprendes a medida que el avión cobra
altura. No tienes miedo de que todo termine en ese instante, es más, una parte
de ti lo desea, no soportas estar enamorado de una prostituta que jamás se
enamorará de ti. Odias haber luchado a lo largo de los meses para conquistar su
corazón, te das cuenta de que lo único que has conquistado es su cuerpo,
deberías conformarte con eso, pero eres tan idiota que no te conformas, eres un
inconformista, te torturas a ti mismo, duermes a veces con los ojos abiertos,
porque en cuanto los cierras construyes el rostro amado en la oscuridad de la
habitación. Te sientes incapaz de manejar la situación, porque dicha situación
te domina, sientes una impotencia que no eres capaz de explicar, te limitas a
soportarla, morir entonces no es una preocupación, más bien la culminación de un
suplicio insoportable. Saber que por mucho que luches estás derrotado de
antemano es algo siniestro, morir sería una salvación, la última melodía de la
vida, pero sabes que no vas a morir, tienes la certeza de que el avión llegará a
Barajas sin dificultad, uno va metido en la panza de metal soñando con ser capaz
de sentir una indiferencia que lo arrase todo, los sueños, las ambiciones y el
amor representado por una Sabrine inalcanzable. Por último, mientras te sumes en
la derrota a más de diez mil metros de altitud, piensas en una frase de la
novela "Homo Faber" de Max Frisch: 'sólo quisiera no haber existido
jamás'.
Estimado señor
Murakami:
Sé que esta carta nunca llegará a
sus manos, lo cual implica escribir con total libertad, sus ojos no se posaran
sobre estas frases, pero quizás intuyan su esencia, con esa capacidad que tienen
los creadores privilegiados para percibir la pena que asola a las almas
solitarias ¿o debería decir a los seres solitarios? La palabra alma siempre es
sospechosa de un espiritualismo pueril. Hasta hace tres años yo no sabía de su
existencia, pensaba con esa soberbia que nos concedemos a nosotros mismos los
lectores empedernidos, que no iba a volver a encontrar después de Richard Ford,
un escritor que me conmoviese sin utilizar artimañas y trucos usados por un mago
sin talento. En aquel tiempo yo era feliz, o eso me parece ahora al mirar hacia
atrás, pero no puedo asegurarlo, siempre estás expuesto a interpretar el pasado
de forma interesada, ocultándote detrás de la falta de perspectiva, pienso que
era más feliz que ahora, pero también es posible que se hayan borrado las
huellas de la infelicidad, ocultas tras la cortina de humo construida por el
paso del tiempo. "Crónica del pájaro que da
cuerda al mundo" fue el primer libro suyo que leí, ya entonces mientras navegaba
por los cientos de página de esa novela monumental, intuí que era usted un
escritor especial, y esa intuición no hizo más que confirmarse al ir leyendo el
resto de su obra traducida al español; "Esputnik mi amor", "A la caza del
carnero salvaje", "Al sur de la frontera, al oeste del sol" y "Tokio blues". Es
ahora (inmerso en un amor no correspondido, inquieto por la próxima publicación
de mi segunda novela, y perplejo por ser un corredor de fondo retirado) cuando
más necesito sus palabras, que actúen como un bálsamo para mitigar mi dolor, mi
angustia, mi desesperación, mi incapacidad para forjar un estado de
indiferencia, que me libere de mis obsesiones personales.