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Al día siguiente fui a visitar a "Sabrine", ese era su nombre de guerra, y le conté, mientras la acariciaba, lo que me había sucedido la tarde anterior. Ella me miraba fijamente a los ojos, intentando captar cuánto amor había en mis palabras. Por la forma en que me observaba mientras le contaba la anécdota del niño, supe de forma intuitiva varias cosas: que pronto sucedería entre nosotros algo irreparable y que esto me llevaría a perderla, que nunca la olvidaría a pesar de no amarme, y que mi próxima novela a punto de publicarse cambiaría mi vida para siempre.

No volver a ver a Sabrine, ha sido una de las decisiones más dolorosas que he tomado a lo largo de mi vida. Tenía que decidir entre la dignidad personal y el amor profundo que sentía hacia ella. Durante más de ocho meses el corazón le ganó la partida a la razón, pero un día, justo después de volver de un azaroso viaje a Zaragoza, nuestra historia se desplomó como una casa de naipes arrasada por el viento.

Algunas noches dormía como una piedra, como si nada hubiese sucedido, pero otras me revolvía entre las sábanas, con la sensación nada agradable de dormir en una tumba, cuando por las mañanas me despertaba ojeroso, después de haber naufragado en sueños fragmentarios e inverosímiles, contemplaba mi cama, como si estuviese viendo mi propia sepultura, y la almohada fuese una lápida perfecta para certificar mi muerte en vida.

El dantesco viaje a Zaragoza empezó con mal pie, el autobús que me tenía que llevar de los Los Cristianos a Santa Cruz se retrasó una hora, al llegar al hotel me recibió un recepcionista mal encarado, que me dio una bolsa que habían dejado para mí, en cuyo interior estaban los billetes de avión. Al llegar al cuarto comprobé todo, dinero, inscripciones, billetes, camisetas...

Intenté dormir, estaba muy cansado, eran las dos de la mañana, a las cinco y media tenía que levantarme para coger un taxi hasta el aeropuerto de Los Rodeos. Dormí unas dos horas, fui hacia la parada de taxis, que está cerca del hotel, para mi sorpresa no había un solo taxi, empecé a inquietarme, cuanto más miraba el reloj más me inquietaba, finalmente cuando ya estaba empezando a perder la esperanza apareció un taxi. Mientras circulaba a toda velocidad hacia el aeropuerto, no podía dejar de pensar en Sabrine, ya no estaba seguro de si estaba obsesionado o enamorado, o las dos cosas al mismo tiempo.

 
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Hay putas que tienen algo de santas de Antonio L. Gómez Charlín   Hay putas que tienen algo de santas
de Antonio L. Gómez Charlín

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