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Hay un verdadero sacrificio creativo al que uno debe enfrentarse, un hechizo de soledad que prolonga la agonía de descifrar la cara oculta de la verdad. Hay que estar dispuesto a despojarse de la propia piel, de desnudarse ante el posible lector, como si uno ejerciese de bailarina de striptease impúdica y provocadora. Tienes el derecho y el deber de exigirte morir en cada página que escribas, es necesario ser uno mismo, para no parecerse a los demás escritores. No es demasiado importante lo que cuentas sino cómo lo cuentas. No importa que hables a veces con tu gato de literatura, de creación, de intuiciones, de amor, de recuerdos, es posible que te comprenda mejor que la mayoría de las personas. Había un sufrimiento atroz en esa soledad compartida con Murakami, él se sentaba encima de la mesa, en donde yo garabateaba sin tregua las libretas, en las que iba escribiendo mis novelas, esa trilogía de la desesperación, del ensimismamiento, del misterio de un escritor que creía que estaba acabado antes de empezar su carrera literaria. El gato maullaba cada vez que el bolígrafo dejaba de moverse, era un maullido desgarrador. La inspiración se iba y sólo quedaba su ausencia.

Largos paseos con el gato, conversaciones que sólo entendíamos los dos, diálogos llenos de presentimientos y maullidos. Temor, miedo absurdo a mis propias palabras, felicidad sumisa cuando leía en voz alta algunos párrafos y Murakami maullaba de emoción.

Si algo debo reprocharme como escritor a lo largo de los años, es no haber escrito el libro sobre el que más he cavilado en toda mi vida. Durante mi estancia en Playa Paraíso, disfrazado a diario con mi uniforme de camarero, indispensable para ganarme el pan con el sudor de la frente, medité largo y tendido sobre un proyecto literario que nunca pasó de ahí, iba a llamarlo "Fotos" o "El tiempo detenido", el título era lo de menos, la cuestión era ver si estaba capacitado para construir un edificio literario, basado en mis fotos personales (en color) y en las de mis padres (en blanco y negro). La España negra y dictatorial contrastada con la España en color y democrática. Durante las largas noches de insomnio consumidas en la derrota, en mi incapacidad para conquistar el corazón de Sabrine, construí con la pericia de un maestro albañil las frases más sugerentes, la prosa más dinámica, las palabras más sensibles, las lágrimas perfectas para regalar a la que no me amaba, a la que rechazaba mi amor por estar basado en la fragilidad. ¿Cuántos sueños rotos puede soportar la gente corriente? ¿Cuántos sueños puede construir un escritor vencido por la soledad?

 
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Hay putas que tienen algo de santas de Antonio L. Gómez Charlín   Hay putas que tienen algo de santas
de Antonio L. Gómez Charlín

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