Yo mientras tanto me fui del
trabajo, me despedí de mis compañeros, (que me miraban como si estuviesen
contemplando un papagayo de colores en una jaula de cristal), y me marché a
Masca para olvidarme de todo el jaleo que se había formado alrededor de mi
libro. A mí sinceramente me parecía algo desproporcionado y absurdo, qué culpa
tenía yo de disfrutar del sexo, de haberme acostado con cientos de mujeres, de
buscar y dar placer. Por mucho que meditase sobre el asunto, no veía nada
extraño en mi actitud, si había alguien desconcertado era yo. Había millones de
hombres en el mundo buscando sexo, y algunos eran tan torpes que no lo
conseguían, estaban demasiado influenciados por las comedias románticas
americanas y el espíritu de Walt Dysney. En realidad el problema era mucho más
complejo, yo en mi libro sólo había tratado de ironizar sobre ciertos aspectos
de la sexualidad masculina y femenina, los había degradado a ambos, tanto en el
aspecto sexual como en el sentimental. Sin embargo ningún grupo de machistas se
sintió ofendido, por lo menos públicamente, pero las feministas pusieron precio
a mi cabeza, y de paso el grito en el cielo, acompañando a la plana mayor
eclesiástica, que enseguida se rasgaba las vestiduras, si uno expresaba con
cierta gracia sus fantasías y sus realidades sexuales. A fin de cuentas el
erotismo no es más que la dignificación del sexo a través de la fantasía y la
cultura.
Por consejo de mi editor me
retiré de la vida pública. Dejé de conceder entrevistas y me esfumé como si
nunca hubiese existido, dejando tras de mí una estela de polémica y provocación,
que se fue diluyendo con el paso del tiempo.
Llegué a Masca para pasar unos
meses y acabé quedándome tres años, los más importantes de mi vida en cierto
sentido; allí sitiado por una soledad perturbadora y sensual, escribí mis tres
libros más importantes: "Conjeturas de una mosca", "El año en que me acosté con
mil mujeres" y "En soledad", con el que gané el premio nacional de literatura y
el de la crítica y que fue traducido a más de veinte
idiomas.
"Conjeturas de una mosca"
desconcertó por completo a los lectores y críticos de mis primeros libros. Nadie
pensaba, incluido yo mismo, que iba a dar un giro tan inesperado a mi carrera
literaria. La trama es una historia de amor entre una mosca y una mujer. La
pasión y la muerte están presentes a lo largo de toda la obra, en ella la mosca
consciente de la proximidad de su fin, rememora con una gran sensibilidad táctil
y olorosa los pormenores de su historia. La novela comienza así: "La primera vez
que la acaricié, supe que mi vida acababa de empezar de nuevo, todo mi pasado de
pronto había quedado sepultado por la suavidad de su piel, por el olor que
emanaba de ella haciéndome perder el sentido de la realidad". Al principio
cuando mi editor recibió el manuscrito quedó perplejo, yo le aconsejé que se lo
hiciese leer a una de las secretarias de la editorial, a ver cómo reaccionaba.
El resultado fue inmejorable, terminó llorando.
La segunda obra que escribí en
Masca era más de mi estilo, trata de un escritor de escaso talento, admirador de
Georges Simenon, que decide acostarse con mil mujeres en un año pensando, con
una fe casi religiosa, que los orgasmos le proporcionarán el talento del que
carece, claro que hay varios problemas, él es un hombre sin mucho atractivo y
tímido, además su economía no es muy boyante que digamos. Decide llamar a un
anuncio del periódico, en el que un tal doctor Müller de origen austríaco ofrece
una elevada cantidad de dinero a la persona que se ofrezca como conejillo de
indias, para ingerir un medicamento que si funciona revolucionará la vida sexual
de los ciudadanos de a pie. La obra, de una ironía feroz, nos describe a través
de la experiencia de un escritor sin talento pero con mucho sentido del humor
cómo un hombre tímido y poco agraciado consigue por medio del dinero y el efecto
placebo, convertirse en una máquina de sexo, capaz de proporcionar placer a tres
mujeres al día durante un año. Recorremos con el personaje central clubs de
alterne y un sinfín de casas de citas, donde el protagonista empieza siendo un
desconocido, para acabar convirtiéndose en una leyenda. Al final, el doctor
Müller, que es quien le proporciona las ingentes cantidades de dinero que le dan
acceso a las mujeres, le confiesa que la medicina que le administraba cada
quince días era inerte, y que lo que han estado estudiando es el efecto placebo.
Durante unas semanas dudé en titular mi novela "El efecto placebo" pero
finalmente me incliné por "El año en que me acosté con mil mujeres". El éxito de
la novela no se hizo esperar, fui comparado con el escritor francés Michel
Houellebecq, por mi despiadada visión del amor y el sexo, en una sociedad
hipócrita que pretende vivir de espaldas a la realidad e inculcar unos valores
morales cuyos paladines mismos se saltan a la torera. Algunas de las escenas más
hilarantes las situé en 'La casa violeta', lugar al que iba una vez al mes,
mientras viví en Masca, para acostarme con tres de las diez chicas que solía
haber allí. Yo comparaba mi 'casa violeta', con "La casa verde" de Mario Vargas
Llosa, y por supuesto que me quedaba con mi 'casa violeta'. Allí me convertí, al
igual que el protagonista de mi novela, en una especie de leyenda, cuya
preferencia por las mujeres brasileñas creaba cierto rencor en las que no lo
eran. De todos modos, para no resultar inflexible, a veces me acostaba con una
rusa, una colombiana o una española. Pero estaba claro que en cuestión de putas
me estaba volviendo racista. Algunos puede que piensen al leer mis palabras que
buscaba el recuerdo de Sabrine en otras mujeres, pero el afirmar eso sería
faltar a la verdad. La novela arranca así: "Para acostarse con mil mujeres en un
año hacen falta dos cosas, fe y dinero, si careces de una de las dos estás
perdido. Yo carecía de ambas, pero el destino que a veces es muy caprichoso y
traicionero acabó proporcionándome el suficiente dinero para tener fe. Las
mujeres generalmente no se compran, pero se pueden alquilar con pasmosa
facilidad".