Esto sucedió hace más de diez años, por lo tanto es
posible que la memoria me traicione. Estaba sentado en un banco del parque de
Adeje, leyendo el último libro que se había publicado del escritor japonés
Haruki Murakami, "Tokio Blues". Acababa de visitar a una prostituta brasileña
que ejercía en Los Cristianos y de la cual estaba enamorado, no era una
situación nueva para mí, en el pasado ya me había sucedido y no estaba exento de
que me volviese a suceder en el futuro. Cuando estaba con ella era intensamente
feliz, pero su ausencia me transportaba a la melancolía y el desasosiego. Era
mágico besarla y acariciarla, y saber que a veces pensaba en mí aun sabiendo que
no me amaba. Mientras leía las primeras páginas del libro, no podía dejar de
pensar en que Haruki Murakami había venido al mundo para escribir libros única y
exclusivamente para mí, era una idea absurda, lo reconozco, pero no conseguía
quitármela de la cabeza, me sentía unido al escritor japonés por un hilo
invisible, que me hacía partícipe de su desolación y del subyugante mundo
interior transmitido a través de sus palabras. Al llegar al siguiente párrafo:
"ella intuía que mi memoria la borraría algún día. Por eso me lo pidió: ¿te
acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado? Este pensamiento
me llena de una tristeza insoportable. Porque Naoko jamás me amó." Yo cambiaba
el nombre de Naoko por el de la prostituta brasileña, y entonces al igual que le
ocurría a Toru Watanabe, el personaje creado por Murakami, también se instalaba
en mí una tristeza insoportable. Sin darme cuenta un niño de seis años se sentó
a mi lado.
-Señor
¿me puede decir qué hora es? -preguntó.
-Faltan quince minutos para las
cinco.
-Gracias
señor.
-¿Eres de
aquí?
-Sí, vivo aquí pero soy
escocés.