-¿Será preciso, pues, renunciar de hecho al, paso del
Nordeste?
-Esto es, por lo menos, lo que se deduce del resultado de tan
numerosas tentativas, siempre inútiles. Asegúrase, sin embargo, que nuestro
célebre viajero Nordenskiold se propone acometer otra vez la empresa, después de
haberse preparado por exploraciones parciales en los mares árticos; si esto es
verdad, debe creerse que la cosa le parece realizable; y si él opina de este
modo, es demasiado competente para que dudemos del éxito.
El doctor Schwaryencrona era precicamente uno de los más
entusiastas admiradores de Nordenskiold, y por lo mismo había tocado la cuestión
relativa al paso del Nordeste; de modo que le complació mucho la claridad de
estas contestaciones.
Su mirada estaba fija en Erik, con la expresión del más vivo
interés.
-¿Y dónde has aprendido todas esas cosas, hijo mío? lo preguntó
después de un prolongado silencio.
-Aquí, señor doctor, contestó Erik sorprendido de la
pregunta.
-¿No has estado nunca en ninguna otra escuela?
-Seguramente no.
-Pues el Sr. Malarius tiene sobrado motivo para estar
satisfecho de ti, repuso el doctor volviéndose hacia su amigo.
-Sí, dijo el maestro; estoy muy contento de Erik; es mi
discípulo desde hace ocho años, o poco menos, pues llegó aquí cuando aún era un
chiquillo, y siempre fue el primero de la clase
El doctor había vuelto a quedar silencioso, y su mirada
penetrante se fijaba en Erik con una obstinación singular; parecía preocupado
por la solución de un problema que, sin duda, no juzgaba oportuno enunciar en
alta voz.