Un escolar de unos doce años, que estaba sentado en el primer
banco, levantóse al punto y se acercó a la mesa. Era un muchacho de aspecto
grave, en cuyas facciones notábase cierta expresión meditabunda; sus grandes
ojos, de mirada penetrante, hubieran llamado desde luego la atención a
cualquiera, pero mucho más en medio de las cabezas rubias que rodeaban a Erik.
Sus compañeros de ambos sexos distin guíanse por su cabello de color de lino,
sus mejillas sonrosadas y sus ojos verdes y azules, mientras que en Erik el
cabello era castaño oscuro, como los ojos, y la tez morena; tampoco tenía los
pómulos salientes, la nariz corta y las robustas formas de los hijos de la
Escandinavia; y, en fin, por sus caracteres físicos diferenciábase de la raza
primitiva a que pertenecían sus condiscípulos, y cuyo tipo es tan
carcterístico.
Así como los demás, vestía ropa de lienzo basto del país, a la
usanza de los campesinos de Bergen; pero su cabeza pequeña, su cuello de
correcto perfil, la gracia natural de sus movimientos y actitudes, todo en él
parecía indicar origen extranjero. A cualquier fisiólogo le habría llamado desde
luego la atención estos caracteres, y así le sucedió al doctor
Schwayencrona.
Sin embargo, no había motivo para fijarse al primer golpe de
vista, y, por lo tanto, se dispuso a dar principio a su examen.
-¿Por dónde comenzaremos? Preguntó al muchacho. ¿Por la
gramática?
-Estoy a las órdenes del señor doctor, contestó modestamente
Erik.
Schwayencrona hizo dos preguntas muy sencillas, y quedó
admirado al ver que el muchacho contestaba dando la explicación, no sólo en
sueco, sino también en francés y en inglés. El Sr. Malarius había acostumbrado a
esto a sus discípulos, pretendiendo que era tan fácil aprender tres idiomas a la
vez como uno solo.
-¿Les enseñas el francés y el inglés? Preguntó el doctor a su
amigo.
¿Por qué no, puesto que tienen los elementos del griego y del
latín? Repuso Malarius. No me parece que esto pueda perjudicarles.
-Ni a mi tampoco, replicó el doctor sonriendo.